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Viejo Condenado

La escucho, pero no la veo. La siento, pero no alcanzo a dislumbrarla. La lluvia en esta época, y en esta situación es como aquella utopía alcanzable. Como esa capacidad del ser humano de marcarse como imposible una meta cercana, al alcance de la mano. Por la pequeña ventana de estas cuatro paredes uno se puede imaginar mucho. Vieja amiga que nunca me abandonó, la imaginación. Fue ella la que me guió hacia donde estoy hoy, la que me hizo ser de esta forma, y no de cualquier otra. Es la que me induce a pensar en todo lo que hay allí afuera, y en lo vacío que lo dejé. Soy el legado de algo que nunca fue. Veo sirenas danzando con el ritmo del repicar de las gotas de agua que caen al frondoso y verde bosque. Realmente, no hay nada. Sólo fantasmas que antaño fueron grandiosos robles y cedros.

Los minutos que paso absorto imaginando en la ventana son los mejores del día. Ensimismado no escucho la voz del aguacil. Hago que forme parte de mis desvaríos. Miro mis manos. Manos que dispararon flores. Manos que convirtieron amor en odio. Manos que distorsionaron una realidad clara. Las venas, marcadas simulando ríos en un largo y devastado desierto, son las únicas testigos de todo lo sucedido tiempo atrás. Las arrugas son vecinas recién llegadas que toman asiento privilegiado para ver lo mejor: la caída.

Salgo al patio para tomar uno de mis últimos suspiros. Sólo eso alcanzo a hacer, recordando todo lo que dejé atrás. Recuerdos entremezclados con sueños. Recuerdos y sueños que no caben en un viejo que tiene los días contados.

Sólo me quedan dos historias, y una de ellas ya va por la mitad.
Suso23 de enero de 2008

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