Nunca pude entender que me paso con ella. Era verla y que nada en el mundo existiera. Querer besarla y tenerla en mis brazos. Esa era mi obsesión, la única.
Me sonreía y mi mundo se desvanecía. Me tocaba y mi cuerpo temblaba, me abrazaba y mi corazón se aceleraba.
Pero lo nuestro no podía hacerse realidad.
Yo estoy casado y ella es la mujer de mi mejor amigo.
Ellos son felices juntos y yo simplemente trato de que mi relación no se desmorone.
El tiempo paso y yo nunca deje de tenerla como mi amor platónico. Verla sonreír era lo más lindo del mundo, ella brillaba donde sea que este.
Todo cambio esa tarde en que me confesó que tenía una relación abierta con mi amigo, que a él no le molestaba verla con alguien más que estaba muy seguro del amor que ella le tenía.
Mi alma se alegro, sabía que aunque fuera una sola vez podría tenerla para mí aunque fuera solo un momento.
Fue nuestro secreto amarla una vez y que quedara entre nosotros tres.
Su respiración, su calor, su cálido aliento, el perfume de su piel, los melodiosos sonidos del amor, sus labios dulces y explosivos a la vez, fundirnos en un solo cuerpo, llenarla de placer, abrazarla, sentirla en mis brazos, fue tocar el cielo con las manos, fue estar en el cielo sin despegarme de la tierra.
