
Como puede la fragancia de una flor subsistir a la flor misma y apagarla, si el destino de la flor es ofrecer su belleza. ¿Acaso la rosa se marchita por el tiempo o es la extinción de la primavera lo que marca su muerte? El corazón palpita como la savia en la azucena y sin embargo no es capaz de mostrar su belleza. El matiz del color y la impronta del destello del pétalo y el movimiento de la corola, hacen que la mente intente profanar el misterio de la flor y su mundo perfecto. El verde del tallo es el vestido de la princesa, en su baile de los quince, cuando es por todos admirada, mas es la fiesta del triste declive, pues la flor se empieza a ajar desde ese mismo momento y el pimpollo se convierte en semilla, que traerá en su interior nuevas flores por marchitar.
La vida no deja de ser triste en sus mejores momentos, siempre hay un horizonte más allá de la propia línea horizontal, en el que se pierden nuestras ilusiones, una caverna deformada en la que habitan nuestras depresiones y en la que nos sentimos seres indefensos, a punto de ser atacados por nosotros mismos o por lo miedos que nosotros mismos creamos.
Tal vez seamos pesadillas, en la vigilia de un pasajero, de un vuelo transoceánico. En el vuelo en una nave sin motor, en el que el piloto sobrevuela los sueños y estos intentan escapar de una realidad que consideran ajena. ¿Acaso no es la locura un estadio tan normal como la cordura, atormentada por no poder alcanzar los objetivos propuestos a lo largo de la vida?
¡Decidme quién es capaz de desenmascarar la hipocresía! ¿Quizá el enamorado cuando se ve rechazado por su prenda adorada? ¿Tal vez el poeta cuando se adivina mediocre? ¿El pastor cuando ha perdido su rebaño? Nadie en su sano juicio deja de ser dios para convertirse en mortal. Es difícil alcanzar la vida eterna para dejarla marchar. El paraíso de los dioses es el mayor deseo del ser humano, pero hay que atravesar mucha inmundicia para llegar al altar y todo para ser desertores de nosotros
mismos.
En fin, volvemos al principio y nos damos cuenta de que estamos al final, ¡vaya paradoja!
