
Sobre un lienzo en blanco empecé a escribir mi despedida. Cargada de emociones y plena de derivas, en un mar de espumas blancas, donde las gaviotas caminaban perdidas, sobre un sol que caía a plomo.
Las palabras son huidizas para quien intenta atraparlas, se esconden esquivas en los miedos y las incertidumbres y vagan ambiguas, sobre las soledades amargas y los corazones partidos. Perdí la esperanza de alcanzarte y me siento solo, no es que sienta la soledad; más bien me siento atrapado en un camino sin salida, donde las voraces mariposas del querer, destruyen los amores inocentes, que nunca fueron y que jamás alcanzarán el esplendor glorioso de los besos recién salidos del horno, de la vida en común.
Intenté ser poeta sobre arenas movedizas y me atraparon los caimanes del destino y sus dientes voraces e infinitos. Es difícil querer, cuando se que el amor es una quimera inexistente y que en el fondo soy un patán de sentimientos blandos y malversada imaginación.
Escribiría una poesía sin destinatario y tal vez diría algo así:
Si pudiera llegar a viejo
pediría la muleta de tu amor,
el consejo de tu sabiduría
y la caricia de tus labios
para atrapar mis sentidos
y poseer mi mente esquiva.
Si un día recobrara la juventud
me olvidaría de mis amantes
y volvería a venerarte de nuevo
como el sol idolatra a la luna
y levanta el pedestal cada día
para acogerla en su regazo.
No soy viejo ni tampoco joven
ni siquiera dueño de mi destino
pero quizá sea un ser humano
que buscando la inocencia
ha quedado atrapado
en la belleza de tu poesía.
Como una polilla,
perdida para siempre
en la brillante luz
de una farola de gas
que se extingue
con el tiempo.