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Portus Magnus.

Me enamoré una vez de una hija de Portus Magnus. Su belleza era tan extraordinaria, que los petirrojos se quedaban embobados mirándola. Intenté atrapar una luciérnaga brillante para regalarle su fulgor y acabé dándome cuenta de que nada brillaba más que ella. Las flores frescas, parecían marchitas a su lado y los manantiales cantarines, aparecían roncos ante la belleza de sus palabras. Sus cabellos rojos se reflejaban en el mar y me hacían querer entrar en el mismísimo infierno a buscarlos, sus ojos verdes eran como una promesa de felicidad eterna, su aroma a vainilla era como sentir la entrada al paraíso y su sonrisa era tan blanca que deslumbraba hasta a los mismos dioses del Olimpo.


Mis lágrimas rodaron como torrentes, cuando me di cuenta de que jamás podríamos estar juntos pues yo era un simple mortal y ella una diosa. Es una pena que no compartamos mundos y que la felicidad esté hecha solamente para el que no se la merece y el premio a la musicalidad la ganen los pájaros de trinos impostados y no los que gorjean desde el fondo de su alma.


No se porqué la vida trata de atraparme con sus fríos huesos, al tiempo que la muerte intenta salvarme de un mundo que me resulta doloroso. Nunca me ha gustado ser un vidente, en un universo de ciegos, que no son capaces de vislumbrar, que su último hálito de libertad, se escapa en alabanzas superfluas de sujetos inaceptables. Persigo la verdad como la polilla persigue la luz de la lámpara, a pesar de que la mentira acabará por atraparnos a los dos. Los focos ciegan a la polilla y la mentira se apodera de la verdad para atraparnos en su mundo oscuro y hacernos siervos de Satán.


Es envidiable la risa limpia de los niños, en la que todavía no ha aparecido la envidia y el mal. Las olas llevan en el azul su pureza y en la espuma regurgitan los espectros que quieren apoderarse del mar, el océano se aleja de este tumulto intentando mantenerse vivo, para poder así coexistir con sus demonios. Pero la mar es dulce y la muerte agria, por eso a veces viene la tempestad y luego la calma, para que la vida de ambos siga su curso.


No se como decir que mi universo es pequeño, que las musas a veces quedan encajonadas en mi habitación y no pueden salir al exterior, con lo cual sufrimos todos, yo por la soledad autoimpuesta y ellas por permanecer a mi lado. En ocasiones Melpómene se tapa los oídos cuando me oye recitar y entonces viene Calíope, que siempre le lleva la contraria y se queda embelesada escuchándome, mientras que Terpsícore se pone a bailar, al tiempo que Talía sonríe, Urania mira al cielo, Euterpe toca la flauta, Erato la lira, Clío se hace la interesante y al final viene Polimnia y nos hace callar. Es una lástima que a pesar de que las musas me acompañen sea un negado para todo lo que tenga que ver con las artes, sobre todo la poesía.


Bueno, no quiero entreteneros más con disquisiciones absurdas, que no llegan a ningún lado, ya que es evidente que lo que cuento, no le interesa a nadie, pues la vida es algo muy distinto. Vivir es gozar, es soñar, es sentir el roce del viento en la cara y la caricia de la amada, cuando uno no sabe que hacer con su existencia. Vivir es gozar, es amar, es pasear por el bosque, pisar descalzo la arena de la playa, es volar con la imaginación a mundos nunca hoyados. Mas quien soy yo, pobre mortal estúpido, para abriros los ojos a lo evidente. Lo mejor será que cada uno siga su camino y al final de este, que todos descansemos en paz.


Voltereta22 de octubre de 2023

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