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El Mejor de Mis Veranos. Capitulos 3 y 4.

Capítulo tres:

Mi padre clava la sombrilla en la arena.
Mi hermano se sienta en una banqueta.
Mi madre busca sus gafas de sol en el bolso de playa.
Y yo… Miro.
Miro el lugar.
Centrándome en la gente.
En mi gente.
En la gente guapa.
En el rubio cachas que juega al tenis.
En el chico moreno que lleva un pearcing ultra reluciente en la lengua.
En la chica que practica topless.
Y en el que lee un libro sentado en la arena.
Son gente como yo; de ciudad.
Con una belleza cautivadora.
Que se rigen de modas.
Gente envidiada.
De la alta sociedad.
-¿Dónde vas ahora?- Me pregunta mi padre cuando termina de clavar la sombrilla.
-A dar una vuelta.
-De dar una vuelta, nada. Estás castigada.
-No voy a estar estas vacaciones como si fuera tu esposa.
-¿Qué has dicho?

-Que no pienso estar estas putas vacaciones como si fuera tu esposa, a mí no me vas a cortar las alas.
Mi padre se queda asombrado, en circunstancias normales, me habría pegado una bofetada.
Pero esta vez, tengo yo la razón, y por tanto, no es una circunstancia normal.
Me pongo las gafas de sol en el pelo.
Y voy dando botecitos a donde está el rubio cachas que juega al tenis.
Me doy una vuelta a su alrededor, mirando cada músculo de su cuerpo.
Tiene los ojos azules.
Y no es feo de cara.
Valdría para entretenerme unas semanas, y liársela a mis viejos.
Me escaparía del hotel donde nos alojamos por las noches, para verlo.
Haríamos el amor en la playa.
Y si además, puedo buscarle algún enemigo por el camping, mejor que mejor.
Sonrío para mis adentros.
Es hora de conquistarlo.
Noto que algo me toca el hombro.
Constantemente.
Me vuelvo con muy mala cara.
El imbécil.
-¿Qué quieres?
-Que papá dice que o vienes ya a nuestra sombrilla, o te castigará.
-Dile que no moleste, que estoy ligando con un chico.
-Se enfadará.
-Es lo que busco.
-Pues si quieres que lo enfade de verdad, dame cinco euros.
-Dos euros con cincuenta céntimos.
-Cuatro euros con cincuenta.
-Tres euros y es mi última oferta.
-Cuatro euros y es mi última oferta.
-Timador.
-Mala hija.
-Mal hermano.

Al cabo de cinco minutos de que se haya ido el imbécil, llega mi padre.
Tiene la nariz roja.
Y la vena del cuello hinchada.
-Sandra, estoy harto de ti.
-Puff, si supieras cuánto lo estoy yo de ti.
Mi padre me pega una bofetada.
El chico con el que estoy, se ríe.
Por lo bajini, pero se ríe.
Y como dice el dicho...

-No te vuelvas a acercar a mí en tu puta vida.- Le grito a mi padre.
Mi padre se pone pálido, da media vuelta, y se aleja.
Reconozco que esta vez, me he pasado.
-Perdona por la risa que se me ha escapado.
-No pasa nada, era una situación bastante cómica.
-Soy Carlos, y tú debes de ser Sandra.

Capítulo cuatro:

Increíble.
Eso es lo que es.
Sabe mi nombre sin preguntármelo.
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Tienes pinta de llamarte Sandra.
-Venga, bah, dime cómo lo sabes.
-Ya te lo he dicho; eres guapa, tienes unos ojos preciosos… Tienes que llamarte Sandra.
Un tipo así me aburre.
Es muy romántico.
Y solo sabe hablar.
No se presenta.
Es el típico perrito faldero.
Vale, está bueno.
Tienes los ojos súper azules.
Pero no mola nada salir con el ángel del camping.
-¿Quieres saber cómo he adivinado tu nombre?
Al fin me lo va a decir.
-Si no es mucha molestia…
-Te espero esta noche, en la fiesta.
-¿De qué fiesta hablas?
-La fiesta que organiza el rey del camping.
¿Aquí hay rey? Ni que fuera otro país.
-¿De qué rey me hablas, Carlos?
-El mejor de este camping, e incluso de este pueblo. Es rico, guapo, está soltero, y lo tienes delante de tus ojos.
Digamos que este tipo es un ángel a veces.
Otras se cree el príncipe de todo.
Y otras, finge ser un misterio.
-Tampoco es para tanto, Carlos.
-No juzgues a un libro por su portada.

Es insoportable y un imbécil.
Uno de los de verdad.
No como el pobre de mi hermano.

-Charly, cariño, ¿Puedes dejar de echarte flores? Si quiero quedar contigo, ya lo decidiré más tarde.
-Llámame Carlos.

De pronto, noto que algo (de nuevo) me golpea el hombro constantemente.
Me giro.
Lo siguiente que veo es a una rubia enfadada que me echa toda la limonada que se está tomando encima.
Mi reacción: Levantarme de la hamaca donde estaba sentada con ese flipado, y engancharla de los pelos.

-Katia, déjala.- Grita Carlos.

Cuando la suelto, al cabo de unos veinte mechones suyos enredados en mis dedos, la rubia está avergonzada.

-Pe… Pensaba que eras otra, lo siento.- Murmura.
En este camping, la gente no es normal.
¿Se acaba de enganchar con una chica a la que acaba de ver sin siquiera mirarle la cara por que se pensaba que era otra?
¡Esto sí que es increíble!
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Yotambientequiero20 de septiembre de 2011

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