TusTextos

Sócrates

Recién terminada la temporada de lluvias, cuando todo vuelve a ser normal y a nadie le gusta, el caos y las circunstancias universales imitaron el espesor y la fuerza de un martillo y golpearon un punto específico en el hemisferio derecho del cerebro de un hombre llamado Maciel Figueroa. Hombre que ya era ilustre y cuyo nombre más ilustre estaba multiplicándose a si mismo en las revistas de todas las ciencias y de todas las artes, en apuntes, crucigramas, listas buenas y listas malas. Hombre que había ridiculizado a tantos hombres y vuelto risibles a tantos superhombres y que gustaba de cambiar de parecer en público para confundir a los borrachos pseudo intelectuales que competían por sus migajas científicas. Los doctores que buscaban saciar sus miserables apetitos de reconocimiento, en el visto bueno que Maciel diera y nunca dió de sus aportaciones inservibles, concluyeron eyaculadamente y eyaculándose a si mismos, que lo de Maciel Figueroa era solo un tumorcillo benigno. Dijeron así, que era solo un tumorcillo benigno. Maciel los contradijo educadamente y la neurología no volvió a escribirse fuera del mismo campo semántico que la astrología y la numerología. Dedicó un tiempo a resolver los conflictos académicos arañescos que le querían trepar la espalda y se escapó a una casa noruega a inventar la tranquilidad absoluta que le sanara de eso que no era un tumorcillo benigno de ninguna forma concebible. Un almacenista en un supermercado fue el último que le vió deslagañado. Maciel observaba un trabesaño en su mugrosa habitación noruega cuando sintió que el espacio a su alrededor se estaba contrayendo, que su masa era muy pesada y su persona tan importante como para no dedicarla en su improductivo descanso a lo único para lo que servía, que por supuesto era desenredar el universo. Pidió toneladas de papel y litros de tinta a un almacenista y empezó a aprenderlo todo. De su heráldica, de la de todos, de los números transfinitos y su relación con el cine vanguardista, geología terrestre y uranología. De la teoría de conjuntos que dice poco y sirve para todo. De la generalización del concepto generalización, para establecer una super lógica que concluyera cualquier cosa a partir de “Sócrates es mortal y te puede matar, Sócrates es todo lo que hay. Haber es eso que se hace por Sócrates. Matar es morir para la consumación de Sócrates. Saber que algo es, es haber sido para matar…” Redujo cada miedo natural a una sobre exaltación de la imaginación. Despedazó enigmas y se puso gordo. Y creció lo que de ninguna forma era un tumor benigno. Su espalda se fue petrificando y su presencia se fue olvidando de sí misma. Cada siete días entregaba al almacenista el papel embarrado con la tinta y las soluciones de todas las preguntas que fueran combinación lineal de cualquier otra categoría de preguntas, y pedía más papel y más tinta. Hizo de la teología un instrumento y de la historia un experimento que comprobara sus teorías que comenzaban a volverse incapturables por los sencillos símbolos conocidos, y generalizó el concepto de símbolo. Llegó la utopía por sus tratados sobre la salubridad y la intrascendencia de cualquier forma de acción. Fue por esas fechas cuando la gente empezó a sentarse en la calle a esperar su propia muerte. El mundo se volvió estéril y vibratorio y se fue extinguiendo la raza humana y solo quedamos tú y yo y Maciel que está escribiendo sin saber porqué.
Abrahamsaucedocepeda26 de enero de 2009

1 Comentarios

  • Adso

    Hay un aspecto fant?stico en este relato, llegar a un extremo en el cual la ciencia quede agotada.
    Pero hay otro aspecto por desgracia es real y es que hay mucha gente que se sienta a esperar su propia muerte, pensando que lo sabe todo.
    Muy bueno. Saludos,

    27/01/09 11:01

Más de Abrahamsaucedocepeda

Chat