La realidad. La certeza inmediata de pisar tierra. La parte tangible de nuestra existencia. La distancia, a veces corta, a veces insalvable, que la vida se encarga de poner entre tus expectativas y tú.
Puedes tratar de ordenar todas las piezas que encuentres en tu cabeza, pero nadie domina mejor el arte de la improvisación que la vida, el ensayo constante de duración siempre incierta.
Como el niño que quiere ser astronauta y choca contra las farolas por llevar la vista colgada de las nubes.
La realidad.
El frío que te arropa cuando estás borracho y somnoliento en mitad de la noche que prometía ser algo más que un resfriado y afonía.
El "nos estamos conociendo" que acaba alargándose hasta el final de los tiempos.
Las personas que ascienden de desconocidas a imprescindibles, y las que siguen el camino inverso.
Los billetes con vuelta abierta que acaban siendo sólo de ida.
La comida que sabe mejor con los ojos que en el paladar.
Los te quiero que se quedaron sin argumentos, y los que iban en broma.
Los matrimonios que se divorcian en el infierno.
La realidad.
El mejor momento de vivir. El efímero microsegundo anterior a que dos labios se conozcan. El que precede al avión despegándose del suelo. La taquicardia y las manos sudorosas. El vértigo de imaginar, de esperar y, al fin, encontrar o no.
