Latidos Olvidadizos
Me perdí en el diccionario, deshojando las acepciones que quisiste darle al amor. Alterno primaveras prolongadas con inviernos fugaces y viceversa, y no logro medirle la temperatura a mi piel, que se debate entre una vehemencia febril y una palidez crónica.
Cada vez que entró ahí, todo parece un desastre: versos desordenados empachados de clichés amorosos, que se alejan de los sentimientos reales; sensaciones angustiosas por resacas del sábado noche que no son otra cosa, sino un espejismo de besos fingidos, más próximos a la ciencia ficción que al romance; y unos latidos oxidados hostiles a la lluvia.
Y como un canto adolescente al amor, me pierdo en el calendario, me disipo como una aspirina en el agua, sin más antídoto que el propio veneno. No se trata de pena, ni gloria. Se trata de retomar la vieja costumbre de dejarse llevar. De grabar un nombre a fuego en la piel y dejarlo escapar por cada resquicio de mi realidad.
