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A Cielo Abierto


Ocasionalmente el cielo se abre a golpes de trompetas paradisíacas y la lejanía donde reside lo inescrutable fustiga mis ansias de dormitar sobre las aceras del titubeo, esas mismas aceras donde malamente reposan durante la noche vagabundos, prostitutas con alma de princesas sin reino y mendigos que fantasean insistentemente con vino barato y esperanzas de pan, sal y limón envejecido. Pero enseguida llega la dilatación de los cuerpos inertes, las huelgas exasperadas, y el cielo decide cerrarse amargamente, al tiempo que mi mano rota de tanto como siento y te escribo ambiciona subrayar alientos de vida con sabor a noticias que anuncien -al fin- el cambio en positivo, un cambio económico y moral que haga que el ser humano pueda hacerse llamar a sí mismo “persona ecuánime”. A cielo abierto la tinta mastica palabras que necesitan devorar injusticias, hipocresías e depravaciones. La luz de ese cielo que por momentos se abre es algo así como una mota de polvo que ha decidido recorrer el universo para transmitirnos la necesidad de sabernos mortales en una comunidad de personas que nos aseguran día sí y día también que jamás falleceremos, como si el hecho de fallecer fuese algo cruel e innecesario, cuando no es más que la recapitulación de una vida que vegetó entre otras vidas, no es más que el epílogo virtuoso o descalabrado de un conjunto de sentimientos que jamás desaparecerán, ya que las emociones, al igual que el aire que respiramos, circulan mansamente por las callejuelas de la infinitud, dándole sentido concreto a los actos de las generaciones que están por venir. “No olvidemos que las pequeñas emociones son los capitanes de nuestras vidas y las obedecemos sin siquiera darnos cuenta”, decía Van Gogh. Lo cierto es que no somos dueños constantes de las emociones, pero sí de lo que hacemos con ellas, esto quiere decir que si el cielo se halla cerrado a día de hoy, no quiere decir que no esté en nuestra voluntad el anhelo ir seccionándolo, con constancia, para que mañana nos lo encontremos enteramente accesible. Ya que el verdadero indagador, ese que sabe que puede haber algo más allá de todo lo establecido, crece y aprende, se derrumba en su camino hacia el cambio, se levanta magullado y enseguida aprende que es él el verdadero responsable de lo que sucede, que su existencia es suya, que no pertenece a nadie más que a él. Por tanto, supongo que cuando tengamos esta emoción revoltosa en nuestros adentros, seremos capaces de transformar lo negro en blanco, en convertir los nubarrones de hoy en cielos claramente abiertos mañana, gozando de la certeza de ser quienes queremos ser, sin miedo al qué dirán.
Alexandervortice12 de marzo de 2012

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