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Espinete (in Memoriam)


Parece ser, observando el cúmulo de sandeces que se muestran en las televisiones y algún que otro medio de comunicación, que para ser periodista ya no hace falta matarse a estudiar la carrera universitaria (“la televisión se nos aparece como algo semejante a la energía nuclear. Ambas sólo pueden canalizarse a base de claras decisiones culturales y morales”, afirmaba Umberto Eco). Con o sin ganas de ello, con o sin actitudes adecuadas para ello, ya no hace falta, porque ahora, gracias a esta escabrosa sociedad en la que malamente perduramos sin padecer una o dos jaquecas al día, puedes pasar por la vida mostrando tu careto delicadamente risueño en un indecoroso programa televisivo donde has ido para –aparentemente- encontrar un marido o una mujer, y enseguida salir de dicho programa por la puerta grande con cierta fama, más un “título universitario”, una personalidad arrolladora y un énfasis categórico que siempre sacarás a relucir cuando llegue la hora de opinar en los “debates del obsceno corazón”, como si fueses un nocivo bufón, arrojando por tu boca una cantidad ingente de estupideces y falsedades sobre la boda de tal, el polvete de cual, las adicciones que Fulano comparte con Mengano (hermanos por parte de madre), o acordándote de las supuestas tropelías de personas ya fallecidas y que, abiertamente y con cierto agrado, se pueden exponer a viva voz y sin complejos, ya que dichos individuos han palmado, y lo raro sería que pudieran aparecer en el plató y defenderse en persona. Yo, por motivos de nostalgia empedernida, aún hoy, a mis treinta tantos años, continúo recordando con añoranza ciertamente infantil los regresos del colegia a casa para gozar de aquel entrañable “Barrio Sésamo”, cuyo personaje principal era un cordial puercoespín llamado Espinete. Todavía hoy, después de tanto y tan poco vivido (“al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años”), miro al pasado con cierta melancolía y me pregunto qué sería de las personas de mi generación si hubiésemos crecido a base de argucias, insolencias y barrabasadas. A día de hoy, si el bueno de Espinete aún anduviese ganándose la vida con el bello arte de entretener a los niños, quizás tuviera que guardarse las espaldas en exceso. Posiblemente le llevarían, por mucho que él no quisiera, de programa en programa para que relatase detalladamente todas sus vergüenzas; le sacarían en directo a un hijo bastardo, fruto de una relación sumamente libidinosa con una strepper, y él (pobre animal), reparando en la situación negativa y un tanto absurda, dejaría de ser quién es para convertirse -a golpe de talonario- en uno más de esos individuos que viven del cuento, explicando que el hijo no es verdaderamente suyo, que ni se parece a él físicamente, ya el niñito en cuestión no es rosa, ni tiene púas, ni acento puercoespín… ¡Cómo han cambiado las cosas! ¿Cuál sería el trauma de mi infancia al ver a uno de mis ídolos canjeado por lo que es banal? No sé… Díganmelo ustedes, ya que, por suerte, yo sí puedo tener buenos recuerdos del pasado televisivo.
Alexandervortice02 de diciembre de 2012

1 Comentarios

  • Asun

    Alexander, cuanta añoranza de aquel barrio sésamo, y efectivamente, ver la tele ahora a mi también me hace pensar que sería mucho mejor haberme quedado en la infancia, cual Peter Pan.
    Pero siempre nos quedará la 2, la segunda cadena, donde todavía podemos encontrar algo, no digo interesante, que depende de los gustos de cada uno, pero al menos algo normal, si que se ve.
    Saludos.

    02/12/12 09:12

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