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¿fin?


El pasado día 21 me levanté tan ansioso como un hobbit en la víspera de su visita al callista. Faltaba muy poco para el Armagedón, el chirriar de dientes pecaminosos. Durante ese día hice acopio de suministros: 2 cartones de cigarrillos, media docena de latas de mejillones en escabeche sin abre fácil, 4 mecheros, una revista sobre abducciones extraterrestres, la última novela de Rodrigo Cota y una foto dedicada (en catalán) de Arturt Mas. Me cobijé orando a Gaia en mi habitación, esperando lo inminente, el bramido ácido de toda una generación, mientras escuchaba como en la cocina mi madre rumiaba: “este chaval hoy está más tonto de lo normal”. Inconsciente, me dije, si Iker Jiménez ha hecho un especial sobre el asunto, será que algo hay de cierto en ello; aparte, los Mayas no fueron unos tipos cualquiera, habían diseñado un calendario circular, y después de los anglosajones, que hacen comenzar el suyo en domingo, es lo más original que uno se puede echar a la cara. Reconozco haberme dejado llevar por el entusiasmo y llamar por teléfono a un par de enemigos para increparles con suma crueldad: “¿Y ahora qué? Payasos, más que payasos…” Llegada la noche la cosa se animó: un viento insolente luchaba por levantar el adoquinado de la ciudad y la lluvia vaticinaba una hecatombe de dimensiones bíblicas. Salí a la calle sobrexcitado y observé perplejo cómo un par de fulanos se tomaban unas cañas plácidamente en el bar de la esquina. Insensatos –pensé-, sois unos ignorantes que desconocen lo que está por venir. Regresé a mi habitación y encendí el televisor buscando noticias sobre el tema. En el “24 h” unos contertulios se mofaban de los augurios mayas y de la sapiencia de Nostradamus. Me enfadé y concluí cambiar de canal. Entonces apareció ante mí una de esas tarotistas carente de ética y estética: “No es el fin, queridos míos, cariñitos, pitiminíes… no temáis, todo se resume en un ir y venir de energías astrales procedentes de las mismísimas nalgas del Cosmos, y esto hará que mañana, día 22, todos y cada uno de nosotros transmutemos para bien…”, aseveraba la tipa. Ante esto, y a la vista de que no lograba obtener noticias sobre ninguna hecatombe, deslicé mi cuerpo hacia mi lecho, y clavando los ojos en el techo, me pregunté qué carajo estaba fallando. Dormité agarrando reciamente la foto de Artur (ambos nos administramos calor durante la noche, como dos tiernos imberbes que le dan sentido a sus desdichas gracias a las epidermis ajenas y al libre albedrío). Al abrir los ojos pude confirmar lo peor: el mundo aún giraba, nada ni nadie lo había detenido, ni siquiera un mísero meteorito había hecho acto de presencia para acabar con el planeta o con la enquistada perfidia del ser humano. Luces enclenques ansiaron dominar la frustración que carcomía mi interior… Enseguida supe que tenía dos demandas por injurias y que necesitaba un abrelatas.
Alexandervortice26 de diciembre de 2012

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