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Ir a Pelo


Levantarse de madrugada tan despacio como un camaleón artrítico y observar cómo el despertador se ha suicidado por falta de tiempo, no tiene precio. Arrojar por la ventana las pastillas del colesterol y los ansiolíticos “salva conciencias”, ducharse canturreando melodías insurrectas, cortarse el pelo al cero, adivinar el número de la Primitiva y encararse con ese mundo exterior que te lleva hacia el abismo, no tiene precio. Transitar descalzo sobre un mar de cicatrices y cenizas a medio volar, sostener entre tus manos al dios odio y convertirlo en residuos de nubes benevolentes que aspiran a ser libres, no tiene precio. Decirte a ti mismo con sumo ímpetu: “La rebeldía es la virtud original del hombre”; saberse mortal y crucificado a base de facturas ininteligibles, sobreviviendo circundado por la altivez de seres supuestamente vivos, suele ser síntoma de dignidad depresiva. Arrojar la bandera del entendimiento en el vertedero de ideas nauseabundas, a veces, y sólo a veces, es necesario para que nuestro cuerpo recupere las fuerzas que perdió a causa de la adultez y sus frustraciones maduradas a fuego híper lento. Comer y expectorar sinsabores, dormitar y soñar con trenes que nos lleven lejos de esta áspera realidad, sostener en los ojos un pensamiento mutuo, de misericordia, también es síntoma de que la vida aún no te ha dejado indefenso en las inclementes manos de los espíritus inferiores. Levantarse una mañana cualquiera y ser al fin uno mismo, sin importar lo que digan “los críticos del basurero”, ni las marujas de quita y pon que se apolillan felizmente en el rellano… Y tras tanto acontecimiento descarnado decidir irse muy lejos, agarrando lo poco que posees (4 ó 5 monedas, un mechero a medio gas, 7 cigarros y una esperanza recién depilada) y comenzar a transitar hacia lo que quisiste ser y no pudiste a causa de las reglas establecidas por una sociedad que va en caída libre, sin paracaídas ni padrinos que te puedan advertir de los peligros de la vida. Ir a pelo hacia el ímpetu prometido, hacia el abismo del que –supuestamente- jamás podrás salir bien parado, advirtiendo a medida que te aproximas a él que el orgullo comienza a palpitar nuevamente en tu corazón, en tus pulmones intoxicados a causa del benceno y en tus dedos lisiados por “el vicio” de trabajar meramente por y para los demás, nunca para ti mismo. Iniciar el fuego, de eso va la vida, como los viejos rockeros, como los verdaderos adictos a la poesía… Modelar tus sueños de treintañero hipocondríaco y fracturado, siendo sabedor de que cualquier lugar del mundo es bueno para el hombre que desgaja su pasado y da paso a un futuro donde las decisiones pasan a ser los decretos básicos del intimísimo yo interior.
Alexandervortice31 de julio de 2012

1 Comentarios

  • Rebecatequiere

    Muy buen texto, me a gustado muxo felicidades y sgui asi :)

    31/07/12 05:07

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