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Caballos

He dejado mis sandalias colgadas en el marco de una puerta,
olvidé la llave de mi cajón
en la treceava tumba de la séptima fila del octavo cuartel
del único cementerio de este pueblito.

Y para qué las flores si no quiero que celebres mi partida
¿y el café?
Tengo sed y dormir no quiero,
tráeme un poco de café
en la tacita con dibujos de ositos
ese, la del mango rojo,
que pinté con témperas cuando era niño.

Algo de comida si es preciso,
el camino es largo según dicen,
¿y qué le queda al caminantes si no es caminar?

¡Cantar! En efecto.
¡Correr! Que duda cabe.
¡Soñar! En las noches sin estrellas
¡Dormir! En las estrellas sin lunas
¡Vivir! En las lunas sin noches.

Me confundes,
me llamas sin saber por qué deletreas mi nombre.
Susurras un quejido
¡Un lamento!

Y, yo, inútil,
regreso la mirada
y veo correr un caballo salvaje
alrededor de una plaza.

No entiendo
si es tuyo o mío,
o de aquel sujeto que nos observa intrigado
con el sombrero de copa alta.

Va de negro,
no,
de blanco.
De azul (dices tú)
Sí, de azul (dices tú)

Y te regala una rosa sacada de una manga,
una promesa echada a correr tras el potro
el tal vez que tantas veces atrás ya se ha escuchado.

Silencio.

Quiero oír los relinchos de la vida que discurre en círculos alrededor de nosotros.

¡No te das cuenta que nos hemos apartado del camino!
¡De la vida!

Niña,
en serio,
no es broma lo que digo.

Regálame una carcajada forzada,
una sonrisa diplomática,
una caricia por compromiso
y vámonos,
de este inútil cuerpo de hipocresía
terminemos este cuento sin sentido.

Lavemos la taza y los platos,
olvídate de las coronas de claveles que ibas a colocar
en la treceava tumba de la séptima fila del octavo cuartel del único cementerio e mis ojos,
dejemos que la llave descanse
y devuélveme mis sandalias del dintel de tu puerta
que hoy he decidido
salir a caminar.
Amab02 de mayo de 2008

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