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Decisiones 25

El paseo en moto no trajo consecuencias fatales; es decir, nadie resultó muerto ni herido. Pero a Laura le removió mucho por dentro darse cuenta de que el bienestar de una chiquilla a quien acababa de conocer la preocupaba hasta el punto de temer que le pasase algo malo. No estaba ya acostumbrada a ese tipo de sentimientos y tampoco sabía si quería tenerlos. Eso hizo que se retrotrajese como una ostra en su concha y se pasó varios días ensimismada y sin querer apenas hablar. Cuando Isabel venía a comer apenas despegaba los labios y a la chica le dio por pensar que estaba enfadada por su escapada.
La realidad era otra. Laura había vuelto a pensar con la misma fuerza que al principio en que lo mejor para ella sería quitarse de en medio. Se había dado cuenta de que era demasiado cobarde para lo que implica vivir. Por eso volvió a pensar en aquel presidiario con el que había tenido un sucedáneo de idilio. Se acordaba de su nombre, Joaquín; pero le costaba recordar también el apellido. Dudaba entre Puente o Montes. Ella que siempre había tenido tan buena memoria, y ahora algunas cosas se le mezclaban con otras. Uno más de los tributos que había que pagar a la edad. Pero no todo estaba perdido. Sabía que en el desván guardaba, entre muchas cosas, las cartas y poesías que le había escrito. Allí estaría su apellido.
Era como Atila, no dejaba crecer la hierba bajo sus pies, y cuando se le metía algo entre ceja y ceja, no paraba hasta conseguirlo. Por eso un sábado por la tarde subió al desván dispuesta a encontrar más datos sobre su presidiario. Si todavía seguía vivo puede que él fuese la respuesta a sus problemas. Entre recetas de cocina de su madre y su abuela, sombreros pasados de moda y patrones de vestidos imposibles de su madre y que ella guardaba sin saber bien para qué, encontró en una caja de zapatos las cartas y poemas que Joaquín le había escrito tantos años atrás. Montes era el apellido. Tenía el nombre completo, Joaquín Montes Ávila. Y recordaba que era de Salamanca. ¿Sería posible que al salir de la cárcel hubiese vuelto a su ciudad? Al fin y al cabo la gente suele retornar, en los momentos cruciales de su vida, a sus raíces.
Bajó tan rápido como pudo y trató de buscar su teléfono en Salamanca, pero ni siquiera San Google pudo darle la solución. Sin embargo, Laura no era de las que se rendían fácilmente. Recordó que Juan Santos, un funcionario de la cárcel ya jubilado, vivía en su mismo pueblo. Siempre habían tenido una buena relación, y tenía su teléfono. Antes de arrepentirse, le llamó. Fue el propio Juan quien le contestó, con un sonido de fondo de algarabía de niños. Seguramente al ser sábado le tocaría cuidar a alguno de sus nietos. En el fondo, quizá ser tan eremita como ella tenía sus ventajas. Juan la escuchó pacientemente, sin interrumpirla. Cuando ella dejó de hablar, lo hizo él, con su pausada voz de siempre. Era de esas personas que nunca se inmutaban, o al menos aparentemente no lo hacía.
-Sé de quién me hablas, Laura. Lo recuerdo perfectamente. De hecho llegué a tener cierta amistad con él. Lo que no entiendo es para que necesitas verle después de tantos años, ni que bien puede hacerte hablar de nuevo con un asesino. Eso es lo que es Joaquín Montes. Por otra parte, no es del todo correcto que yo te de información.
_ No digas tonterías. Ya estás jubilado y él ha cumplido su condena. No hay nada censurable en que me pases esa información. Y sobre la otra cuestión, es algo personal y que solo tiene importancia para mí. Hace años le presté un libro que necesitaría recuperar.
Al otro lado del teléfono se oyó una carcajada.
_A otro perro con ese hueso, Laura. No te creo. Pero bueno, me da igual. Ya somos todos mayorcitos. Te diré lo que sé, y tú haz lo que te dé la gana, que al fin y al cabo es lo que llevas haciendo desde que te conozco. Lo último que supe de él es que estaba en una residencia de ancianos en León. Creo que el nombre era Virgen de la Merced o algo así. No sé si te sirve de algo.
_Sí, Juan, me servirá de algo. Gracias por atenderme.
_ ¿Me tendrás al tanto?
_ Desde luego-mintió ella.
Si todo salía como ella planeaba, le sería imposible mantenerle al tanto de nada. Pero ya se enteraría. Sería inevitable que lo hiciese.
Beth07 de octubre de 2015

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10 Comentarios

  • Sandor

    Un golpe de efecto se llama esta entrada en escena de un antiguo idilio asesino y poeta
    Genial.
    Besos
    Carlos

    08/10/15 06:10

  • Beth

    Buenos días Carlos. Lo cual, asesino y poeta, no son conceptos reñidos ni excluyentes. Gracias. Besos

    08/10/15 08:10

  • Sandor

    Beth, me suena un tal Nerón..
    Besos
    Carlos

    08/10/15 12:10

  • Beth

    Por ejemplo, aunque no sé si era buen poeta. Como asesino...lo hizo genial. Pero al menos tocaba la lira y componía

    08/10/15 02:10

  • Apurimak

    Hola beth he leido cada uno de tus capítulos, no me detuve hasta llegar aqui, tu historia es tan buena que siento mis palabras desvariar. Una historia sentida, con humor, con personajes definidos. Laura simplemente una mujer que creo yo sería como una especie de Ana Frank:
    Curiosa, indomita, sensible hasta lo mas hondo inimaginable, etc.
    Me encanta tu relato, estaba buscando leer algo en relacion a una historia lo logré, tremenda!!!
    Inspiradora!!!Bravo!!

    08/10/15 09:10

  • Beth

    Muchas gracias Apurimak. Celebro que te haya gustado. Laura es una persona muy especial y poco a poco va tomando las riendas de la situación y es ella quien me guía. Te agradezco tu tiempo y comentarios. Saludos

    08/10/15 09:10

  • Danae

    Las amistades de Laura ...qué genial mujer ...
    Sigo leyendo tu relato casi con la atención que se merece ...
    Un gran abrazo

    18/10/15 10:10

  • Beth

    Laura es un saco de sorpresas. Besos

    19/10/15 08:10

  • Voltereta

    Sin duda, Laura es una mujer de armas tomar y nadie va a ser capaz de detenerla.

    Además se ve que es una mujer de mundo.

    Un saludo, Beth.

    19/10/15 06:10

  • Beth

    Al menos tiene edad para saber desenvolverse y desde luego nada hay que la frene

    19/10/15 06:10

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