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Desde mi Muerte

Me he muerto hace apenas unas horas. Ha sido una sensación bastante extraña, y aunque estaba asustada, simplemente me dejé llevar del cansancio que, poco a poco, iba convirtiendo mis huesos en medusas esponjosas que se deshacían al tocarles. Morir no duele; quienes digan lo contrario mienten. Lo que duele es vivir; abrir los ojos cada día y esperar que la vida no nos golpee hoy demasiado fuerte; que cuando llegue la noche todavía nos encontremos completos, o al menos que los trozos se puedan recomponer. Morir es igual que nacer; dos momentos en los que estamos solos; y en los que no importa quienes somos, ni si tenemos o no fama, poder y dinero. Ahora me encuentro rara, porque estoy aquí sin estar; veo sin ver, y todavía no me he acostumbrado. Oigo a mi madre llorar; veo a mi hermano consolarla, acariciar sus manos y decirle que ahora descanso. Tiene razón, como siempre, mi hermano. Ahora me encuentro bien, descansando, en este lugar tan extraño donde no hace frío, ni calor, donde no tengo hambre, ni sed; donde estoy alejada de todos; y sin embargo, sabiendo lo que pasa; oyendo lo que dicen, viendo lo que cada uno de ellos hace. Se que en la habitación de al lado, mi pequeña sobrina de cinco años está durmiendo, ajena al dolor de los demás; y sin saber que mañana su tía no la llevará de paseo, ni le contará un cuento, ni le cantará una canción. Pero como es tan pequeña, seguro que dentro de un par de semanas, de tres o cuatro a lo sumo, ya no preguntará por mi; y apenas recordará mi cara; ni que mis ojos y los suyos son iguales, ni de que las dos estornudamos cuanto estamos nerviosas o tenemos miedo.
No hay nada más triste que la ausencia. Eso me lo dijo mi madre cuando hace ya muchos años, perdió a la suya. Entonces le dí la razón, quizá por consolarla, o porque era demasiado joven para saber que si hay cosas que pueden ser más tristes que la ausencia. Es mucho más triste tener a alguien al lado y estar sola; saber que no puedes llegar a esa persona, que aunque tus dedos rocen los suyos sin querer, no hay nada en ese contacto; más que el puro roce de dos pieles que no se desean, ni se quieren siquiera, y que no tienen nada en común. La presencia puede ser peor que la ausencia; y eso es algo que tardamos mucho en entender, y a veces, si logramos entenderlo, ya es demasiado tarde. A veces he pensado que es mejor estar sola, saber que no hay nadie al otro lado de la puerta, a que te la abran por mero compromiso, pero sin ánimo de compartir. Es por eso que cuando supe que me iba a morir, no me dio ni pena ni miedo; quizá algo de alivio, al saber que ahora se acabarían mis males y mis problemas. Es verdad que hay muchas cosas que echaré de menos, como el levantarme temprano y tomar un café mirando el mar, desde la ventana de la cocina; o pasear con mi perro por la playa, o leer un libro al lado del fuego. Echaré de menos a las pocas personas a las que todavía quiero; y siento el dolor que mi muerte les está causando. Y lo único que me gustaría es poder hacerles llegar, desde donde estoy, el mensaje de que me encuentro bien aquí, que he encontrado la paz que tanto ansiaba, y que mi alma descansa en donde debe. Quizá si pudiera hacer esto para que se quedasen tranquilos, nada me ataría ya a ese mundo lejano del que dejé de formar parte. Pero, ¿cómo volver con ese mensaje? Este viaje solo es de ida, no tiene retorno.
Me gustaría, además, contarle a los míos que no hay ninguna luz al final del túnel, ni nadie que venga a buscarte y te lleve de la mano; ni tampoco te elevas por encima de tu cuerpo, flotando. Es simplemente dejar de estar, dejar de ser, marcharse hacia el infinito, pero viendo lo que pasa en el lugar que has dejado. No sé esto cuanto durará; porque quizá me ocurre porque llevo muerta pocas horas, y luego ya no podré saber que es lo que pasa al otro lado. No lo se, y eso es lo que me preocupa, aunque digo mal; es la fuerza de la costumbre; porque lo bueno de morirse es que las preocupaciones se acaban, y las ansias, y los deseos.

Cuando me confirmaron la enfermedad que padecía y lo avanzada que estaba, a nadie se lo conté, porque no quise que nadie compartiese mi secreto y mis deseos. No me sometí a ningún tratamiento, aún a pesar de las recomendaciones de los médicos. ¿Para qué? Nada ganaría con ello, salvo unos meses, quizá un año más de vida. ¿Y era vida la mía? Al menos yo no estaba contenta con ella. En este lugar no se está mal, reina la calma, el sosiego y la paz. No se si es el cielo del que nos hablaban cuando éramos pequeños; pero en cualquier caso, no deseo marcharme de aquí. Todo lo más, me gustaría dar un último beso a mi madre, y decirle tantas cosas que no le pude decir. He de averiguar la manera de hacerlo, porque alguna ha de haber. Cuando sepa como lograrlo, descansaré al fin en paz.
Lo bueno de estar aquí es el tiempo deja de tener importancia. Cuando estaba viva, andaba todo el día vigilando el reloj, y no disfrutaba de las cosas como hay que disfrutar. Ahora que el tiempo no existe para mi, he descubierto cuantas cosas me perdí en el camino. Poco a poco mi situación en este lugar va cambiando, y voy aprendiendo cosas nuevas. Creo que la paz es ya completa, porque he descubierto que aunque los demás, la gente que he dejado del otro lado y a la que quiero, no pueda verme, si puede sentir mi presencia. Me basta pensar yo en ellos con la suficiente fuerza, y sobre todo, con el suficiente amor, para que se den cuenta de que no les he olvidado, y de aunque no me puedan ver, sigo en la habitación de al lado. Lo he puesto en práctica primero con mi madre, y luego con mi hermano, y ha dado los resultados que esperaba. He conseguido que los dos se quedasen tranquilos. Y mi pequeña sobrina le ha contado a su madre que la Tita ha ido a verla cuando estaba dormida. Todos han pensado que eran cosas de niña, pero solo ella y yo sabemos que anoche he entrado en su cuarto, la he arropado y le he contado un cuento hasta que se quedó dormida de nuevo. Por eso está bien morirse cuando llega la hora, y dejar de aferrarse a una vida que ya no tiene sentido; porque cuando los que se quedan saben recordar, la muerte deja de ser el final, y simplemente pasa a ser un punto y aparte.

Beth17 de marzo de 2010

2 Comentarios

  • Danae

    Beth, un texto sobre la muerte como experiencia, narrada en primera persona, con todo el intimismo que eso implica, y que tú has sabido expresar tan bien. Un desarrollo excelente. Me ha encantado.
    Un beso para ti!!!

    11/04/10 05:04

  • Beth

    Gracias, Dánae, por tus palabras y por haberlo leído. Naturalmente, nadie conoce la experiencia hasta que es demasiado tarde para poder contarla, pero yo la imagino de esa manera y me gustaría que fuese así de verdad. Un enorme abrazo

    12/04/10 10:04

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