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La Casa de la Colina 4

El caso es que yo recordaba perfectamente esa noche. Me había ido a la cama antes que Jaime, porque me dolía un poco la cabeza y estaba muy cansada. No se cuanto tardó él en acostarse, pero me desperté cuando le oí entrar, y me asusté al ver su aspecto. Parecía aterrado, como si hubiera visto un fantasma, pero a la vez extrañamente ensimismado y lejano, como perdido en un mundo de ensueño al que solamente él podía acceder. Supe que había estado en el sótano porque llevaba una telaraña en el pelo, y aunque yo no sea demasiado buena ama de casa, no tengo telarañas colgando por los rincones.
-¿Qué has estado haciendo en el sótano a estas horas?-le pregunté
Me asustó comprobar lo que le molestaba mi pregunta, porque me contestó de malos modos, casi gritando. Nunca había sido un modelo de marido cariñoso, y era muy parco en palabras, pero desde luego ni cuando discutíamos me hablaba de esa manera. Lo dejé correr, no quería empezar una discusión a estas horas de la madrugada. Me limité a decirle buenas noches y darme la vuelta para dormir, pero ya no fui capaz de conciliar el sueño. Tampoco él durmió bien; dio vueltas toda la noche, habló en sueños, aunque no entendí lo que decía, y tuvo pesadillas.
A la mañana siguiente se despertó temblando de fiebre y tuvimos que llamar al médico, que fue el primer extrañado, porque no al parecer no había ninguna enfermedad concreta; y no sabía que era lo que le pudo causar esas tremendas calenturas que le hacían tiritar. Se mantuvo en la cama tres días, dormitando, despertándose tan solo para beber algo, ir al baño o tomar un plato de sopa. Me llamó la atención su ropa; porque aparte de que se había hecho un agujero en el jersey, a la altura del codo, como si se lo hubiese enganchado en alguna astilla de madera, o en un clavo, le encontré manchas de sangre en el bajo de los pantalones. No era el mejor momento de preguntarle de qué era aquella sangre. Desde luego, me extrañaba que fuese suya, porque no le vi ninguna herida. Más bien parecía que hubiese pisado un lugar con manchas de sangre que le hubiesen salpicado al caminar. Pero eso sugería algo horrible; caminar sobre charcos de sangre. ¡Dios mío! ¿Dónde podría haber tal cosa? El único sitio que se me ocurría era el pueblo, cuando en algunas casas hacían la matanza del cerdo; pero eso era alrededor de la Navidad, y estábamos en pleno verano. Me avergüenza decir que intenté borrarlo de mi mente; hice como el avestruz. Quizá las cosas hubiesen sido distintas para mucha gente si entonces no hubiese sido tan cobarde. Pero espero que todavía lleguemos a tiempo de evitar males mayores.
Y la cobardía, que parece ser el sino inevitable en mi existencia, me lleva a recordar los inicios de mi relación con Lucas. Tampoco con él fui valiente, y la decisión que entonces tomé pesará sobre mí como una losa toda la vida. Éramos demasiado jóvenes, pero crecimos juntos y a medida que nos íbamos conociendo, la relación que empezó como la de dos adolescentes se fue transformando en algo más profundo. Él fue el primer hombre que me besó, el primero que me hizo sentir deseos de amar y a quien entregué por primera vez mi cuerpo, cuando apenas tenía diecisiete años.
Los dos ocultamos nuestra relación a las respectivas familias, porque aunque se conocían, no hubieran aprobado que, tan jóvenes, iniciásemos algo que iba más allá de la pura amistad. Durante el invierno era fácil, porque vivía en aquel entonces en una gran ciudad, donde es más sencillo esconderse por calles poco transitadas, o valerse de los amigos para encubrir encuentros amorosos furtivos. Pero lo difícil llegaba en verano, cuando ambos veníamos al pueblo; tan pequeño, tan lleno de gente ansiosa de novedades y cotilleos. Como mi casa, la que hoy me acoge, quedaba tan aislada, pensamos que lo más fácil sería encontrarnos por la noche, en los alrededores. Siempre seguíamos la misma rutina. Yo me acostaba a las diez, alegando que estaba cansada, o que quería leer un poco en la cama; o que iba a escribir una carta a mis amigas. Me metía en la cama, y cuando mis padres subían y mi madre, como siempre, entraba en mi cuarto, me encontraba tapada y haciéndome la dormida. Sólo tenía que esperar una hora más, y cuando la casa entera resonaba con los ronquidos de mi padre, me descolgaba por el viejo árbol de tronco nudoso y retorcido, que como mi guardaespaldas personal custodiaba el balcón de mi habitación. Parecía que ciertas protuberancias de la madera habían sido colocadas para que mis pies encontrasen mejor apoyo. Una vez en el suelo, eran los fuertes brazos de Lucas los que me recogían, y sus tibios besos eran mi bienvenida. Agarrados de la mano, corríamos a esconder nuestro recién iniciado amor entre el brezo, al amparo de los pinos.

Beth21 de septiembre de 2010

8 Comentarios

  • Norah

    Beth, sigo muy atenta tu historia, ese contraste entre un presente cada vez mas desnudo e intimidante, Jaime, un futuro que esbozas de modo muy sutil y los brazos de Lucas, el pasado de amor, donde refugias tu remisión a la cobardía, adelante, me gusta mucho, cariños.

    21/09/10 03:09

  • Beth

    Me alegro de que te guste. Confieso que el personaje de Marta todavía tengo que trabajarlo más, pero estoy esperando que se muestre, que me de más pistas de cómo es. Por eso siempre que escribo uso la primera persona, porque siento mejor a los personajes. Gracias por leerlo. Un abrazo

    21/09/10 03:09

  • Indigo

    Se desarrolla con ricos matices, todo dentro de lo esperado de tú sutil pluma. Saludos Beth.-

    21/09/10 06:09

  • Beth

    Gracias por tu amabilidad, Indigo

    21/09/10 07:09

  • Serge

    Beth:
    Amiga de la mirada me encanta esa realción que marta sostuvo con lucas en su juventud, eres muy fluida en las palabras, es un relato lecturable como diría un conocido lingüísta de mi país.

    Saludos.

    Sergio.

    21/09/10 11:09

  • Beth

    Confieso, Sergio, que disfruto enormemente escribiendo, pero de ahí a que lo haga bien, va un buen trecho. Menos mal que os tengo a vosotros, y con vuestros ánimos sigo practicando, y aprendiendo, espero. Un cariñoso saludo y muchas gracias por leerme.

    Beth

    22/09/10 10:09

  • Nemo

    Me agradan esos saltos temporales que haces sin que se pierda el hilo de la narración, enruiquecen la historia.
    Sigo...

    28/10/10 05:10

  • Beth

    Y yo te lo agradezco

    28/10/10 05:10

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