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Mientras Llega MaÑana 58

Desde las cinco de la tarde del día siguiente estaba preparada para ir al aeropuerto, a pesar de que ya sabía que el avión no llegaría hasta las ocho, y contando que no llegase retrasado. Elegir la ropa que me había de poner me creó un pequeño dilema, porque siempre pensé que la primera visión de una persona es la que se queda en la retina, y en honor a mi hija, quería que su novio tuviese una buena imagen de mí. Daniel, desde luego, no me ayudó en nada; se limitó a decirme que todo me quedaba bien, y que tampoco hacía falta vestirse de gala. Por fin me decidí por un vestido azul, ligeramente escotado, ahora que de nuevo me lo podía permitir. A las seis y media logré convencer a Daniel para que saliésemos ya, a pesar de que nos sobraba tiempo. Pero estaba demasiado nerviosa para esperar en casa.
-A ver si recuerdo mi inglés para poder mantener una conversación normal con él.
-No te hará falta, haba español bastante bien.
-¿Y tú como lo sabes?-me asombré.
-Porque me llamó por teléfono ayer, y estuvimos charlando un rato.
-Nunca entenderé porque eres tan callado. ¿Por qué no me lo has dicho?
-Yo que se, Nefertiti, me olvidé, supongo. Ya sabes cómo soy.
Si, lo sabía. Y no es que se olvidase, es que le gustaba, no se por qué, dar las noticias en episodios. Pero sus otras virtudes superaban con creces estos pequeños defectos, y además hoy estaba tan contenta; porque de nuevo iba a ver a mi hija, que nadie podía ponerme de mal humor. Tuvimos que esperar casi media hora a que llegase el vuelo, pero Daniel tuvo la galantería de no reprocharme nada.
Cuando en las pantallas informativas apareció el aterrizaje del vuelo, me fui corriendo hasta delante de la puerta, a pesar de que ya sabía que tardarían un rato en salir. Pero la impaciencia me podía, y me parecía que si yo me acercaba, podría abrazar antes a Úrsula. Por fin la divisé, a lo lejos, al lado de la cinta del equipaje. Apreté el brazo de Daniel, y el me miró sonriendo, como si no supiese que hacer conmigo. En menos de cinco minutos estaba abrazando de nuevo a mi hija, y las dos mezclamos nuestras lágrimas, esta vez de alegría. La separé de mí para verla mejor. Estaba todavía más guapa, si cabe, que en Semana Santa. Será verdad lo que dicen, que el amor embellece. Me soltó de la mano y cogió la de su novio, acercándose los dos.
-Os presento a Mark Porter, mi novio, como ya os he dicho. Mark, esta es Elena, ni madre, y el hombre que en pocos días será su marido; mi querido Barbas-dijo abrazándole; para ti don Daniel Mendoza.
-Simplemente Daniel-añadió el aludido, estrechándole la mano.
Yo me quedé bastante sorprendida cuando el muchacho se adelantó y antes de darme un beso en la mejilla, me besó la mano, como todo un caballero medieval. Pensé que eso ya no se hacía, o al menos no los jóvenes, y menos los americanos.
Era muy guapo; tan alto como Daniel, aunque menos corpulento, tal vez. Todo él emanaba un aire de seguridad y elegancia, que hacía que se distinguiese de los demás.
-Encantado de conocerla, señora. Aunque me parece que ya la conocía bastante, por todo lo que su hija me ha hablado de usted.
-Espero que no fuesen cosas demasiado malas-le contesté. Y por favor, no me llames señora ni me trates de usted. Me llamo Elena, y prefiero que me tuteen. Ya me siento bastante vieja.
Sonrió. Y me di cuenta de que tenía una sonrisa muy hermosa. Daniel y él cogieron las maletas y mi hija me agarró de la mano para ir caminando hasta el coche. Nos adelantamos un poco con respecto a los hombres, que tuvieron que detenerse en el parquímetro.
-¿Qué te parece, Mamá? Quiero sinceridad.
-Me gusta. Me parece muy educado, y desde luego no se puede negar que es guapísimo. Tenía razón Daniel cuando me dijo que se parecía a Sydney Poitier.
-Lo mejor de todo es que nos queremos, y que es un hombre excelente, aunque Papa se niegue a conocerle.
-¿Qué pretexto te puso?
-Al principio me decía que tenía un viaje programado desde hacía tiempo, pero cuando le acorralé, no le quedó más remedio que confesar que no podía concebir la idea de tener un nieto negro el día de mañana. A eso se reduce todo el problema. No quiere ni siquiera saber qué tipo de persona es, ni si me hace feliz. Para él es negro, y eso le basta para que no pueda formar parte de su familia.
-Bueno, no te preocupes-le dije, apretando más su mano. Nos tienes a Daniel y a mi, a tu tío Diego, que mañana vendrá a comer. Y por supuesto al abuelo y a tu tía, que llegarán no se si para el almuerzo, pero desde luego seguro que para la cena. Si tu padre se lo quiere perder, allá él. Ya recapacitará.
Aquella noche me fui a la cama llena de sensaciones extrañas. Por supuesto, estaba muy contenta de tener de nuevo a mi hija en casa, solo saber que estaba en la habitación de al lado, me llenaba de alegría. Pero también tenía la extraña sensación de que en cierto modo la estaba perdiendo. Mi niña ya no lo era; estaba en la misma habitación de siempre, si, pero con un hombre, con el cual me había dicho que se quería casar. El chico me gustaba, pero ¿Por qué tantas prisas? Le faltaba un mes para cumplir los 23 años, tenía toda la vida por delante. No lograba entender por qué ese apremio por casarse. Lo comenté con Daniel cuando me duchaba y él se lavaba los dientes.
-Está enamorada, Nefertiti, no tiene nada de extraño que quiera casarse.
-Pero es que, ¡es tan joven!
-Dirías exactamente lo mismo si tuviese diez años más. Las madres siempre pensáis que vuestros hijos son niños, aunque peinen canas.
-Puede que tengas razón, pero, ¿Y si se equivoca?
Nos metimos en la cama, y Daniel me atrajo hacia si.
-Si se equivoca, aprenderá del error. Como hemos hecho todos. No puedes meterla en una campana de cristal.
Asentí, porque además yo me casé a la misma edad; pero quizá precisamente por eso. No me había ido bien. Y creo que Daniel se dio cuenta de lo que estaba pensando.
-La historia no tiene por qué repetirse. Quizá ella acierte a la primera.
-No se-dudé. ¿De veras todavía hay parejas para toda la vida?
-Yo estoy seguro de que la nuestra lo es-contestó, estrechándome más. ¿Por qué ellos no van a tener esa suerte también?
-Tienes razón, voy a dejar de preocuparme. Mark parece un buen chico y la niña ha madurado mucho. Creo que mi enfermedad, la separación y el ver la vida real la han hecho bajar de la nube en la que vivía.
-Ya basta de arreglarle la vida a todo el mundo, Nefertiti. Somos demasiados en esta cama. Se acabó. Una vez cerramos esa puerta, sólo nos quedamos tú y yo. Y ahora creo que tenemos cosas más importantes qué hacer que arreglarle la vida a la niña, que ya es bastante mayorcita para hacerlo sola.
A la mañana siguiente desayunamos en el jardín. El día era estupendo, y Mark se mostró entusiasmo ante la vista del monasterio. Le prometí que después de desayunar se lo enseñaría detenidamente. También deseaba quedarme a solas con él para calibrar mejor cómo era. Úrsula dijo que ella se encargaría de la comida, y Daniel tenía que empezar a corregir su libro.
-Mamá, ¿a qué hora llegará el tío Diego?
-Conociéndole, a cualquier hora en la que moleste. Es su costumbre-contestó Daniel
Úrsula puso cara de no entender nada, y yo me encogí de hombros, diciendo que no hiciese caso, que le gustaba mucho gastar bromas, aunque yo sabía perfectamente lo que quería decir. Nos miramos con complicidad, y Mark y yo salimos a caminar mientras ellos se quedaban recogiendo la mesa.
-Me imagino que sería estupendo para ti vivir aquí cuando eras pequeña-me dijo.
-No pasaba todo el año, solamente los veranos y las vacaciones de Navidad, pero si, fui muy afortunada de estar rodeada de todo esto-le contesté, extendiendo los brazos para abarcar las montañas, los verdes prados y montes, y el monasterio, elevándose en medio, majestuoso y altivo, huella de tiempos lejanos. Además, cuando yo era pequeña, la zona no era tan solitaria. Todas esas casas que se ven ahí enfrente-le señalé-estaban habitadas. Había niños con quienes jugar, vecinas con las que mi abuela pegaba la hebra diariamente.
Me miró, entornando los ojos, y al cabo de un rato, me preguntó, un poco avergonzado.
-Lo siento, no entiendo, ¿Qué es pegar la hebra?
Me agarré de su brazo, riendo a carcajadas y sintiéndome como una idiota.
-Yo soy la que tiene que pedir perdón por usar esas expresiones. Hablas tan bien español que me olvidé que no es tu lengua materna, y habrá muchos giros que desconoces. Pegar la hebra quiere decir hablar, charlar.
Beth24 de julio de 2011

8 Comentarios

  • Mosquetero

    Beth..Una historia entretenida que tiene mucho de aquellas madres que quieren un poco influir e las desiciones de sus hijas,creyendo que no estan capacitadas para hacerlo por si sola.. Un buen texto que imagino continuará..

    Saludos..Juan Carlos.

    25/07/11 01:07

  • Beth

    En realidad, Mosquetero, este es un texto que forma parte de una novela, de casi 600 páginas y que está casi terminando. No, Elena no es la madre controladora que pretende saberlo todo, pero si quiere, como es normal, conocer al hombre del que su hija se ha enamorado, porque vive muy lejos de ella y no quiere que la dañen. Lo que queremos todas las madres, vaya, aunque los hijos deban volar solas y afrontar sus propios problemas

    25/07/11 10:07

  • Vocesdelibertad

    Así es Beth, tu historia es semejante a la de muchas madres, preocupadas por todo pero a la vez dando espacio para que vivan y descubran por ellos mismos lo que nosotras ya. Tu historia es HERMOSA, ha sido capaz de pasar visitando varios recovecos del alma, es cotidiana y, en muchas ocasiones, hasta con geniales tips.
    Abrazos con cariño

    25/07/11 08:07

  • Beth

    Muchas gracias, querida Voces. He ido creando a medida que las cosas me iban llegando, como dichas por alguien al oído, y los personajes de Elena y Daniel, pero sobre todo el de Daniel, son para mi muy importantes. Y es curioso porque cuando creé a Daniel bien poco sabía yo ni esperaba un Daniel en mi vida, aunque tenga otro nombre y no tenga barba

    25/07/11 09:07

  • Luisrafael

    Tienes una forma inaudita de sugerir mundos de agradable solaz con solo una palabra. En esa gracia para hacerse sentir cómodo al lector te comparo nada menos que a Cervantes, Beth. Continúa tu vida de novelista, creo sinceramente que merece la pena. Un beso.

    26/07/11 11:07

  • Beth

    Por Dios, ni a Cervantes ni a nadie de mediana fama se me puede comparar, soy solo una aficionada que escribe en lugar de sentarse en el diván de un psicólogo, que encima ahora ahorran y creo que se limitan a sentar a los pacientes en un vulgar sillón. Pero no sabes cuanto te agradezco tus palabras. Esos personajes que he creado han llegado a ser para mi tan reales como la gente de carne y hueso, o más. Un abrazo

    26/07/11 12:07

  • Endlesslove

    jajaj , le gustaba dar las noticias en episodios, eso también me daría rabia, pero de verdad sus cualidades eran más.
    “pegar la hebra” Igual que Mark yo también aprendo.

    15/09/11 05:09

  • Beth

    Pegar la hebra se dice en algunas regiones de España, así que el pobre Mark, en la inopia

    15/09/11 09:09

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