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Las Ardillas Voraces

Desde hacía ya cinco largos inviernos, las gentes de aquel pueblo situado en la montaña, no habían vuelto a comer nueces. Nada más madurar los frutos de los numerosos nogales que llenaban de verdor las laderas, un ejército de ardillas de color rojizo y larga cola, se apoderaba de ellos y los transportaban velozmente a sus nidos, ocultos en las oquedades de los centenarios robles que, como fantasmas de largos y retorcidos brazos, escoltaban las orillas del camino hacia la montaña.
La situación llegó a ser muy crítica, puesto que las nueces habían sido siempre uno de los principales alimentos de aquellas gentes de la montaña, especialmente durante los largos y fríos inviernos…
A la llamada del alcalde, todos acudieron a la reunión esperando poder encontrar una solución para tan grave problema.
––Hemos de evitar que esta situación continúe por más tiempo –– quien así hablaba era un anciano de larga y blanca barba.
––¿Qué podemos hacer? ––preguntó una de las mujeres mirando a los demás en demanda de respuesta.
––En los últimos años el número de ardillas parece haberse multiplicado ––el que ahora hablaba era el alcalde.
––Es natural que así sea ––señaló un joven campesino¬¬––. Nuestras nueces son la razón para que su número aumente, año tras año.
Continuaron hablando durante largo rato hasta llegar a un curioso acuerdo: puesto que las ardillas eran animales muy inteligentes, intentarían hacerles comprender que en lugar de nueces, deberían comer manzanas.
Esta fruta, abundante en las riberas del pequeño riachuelo que bajaba de la montaña, era también muy sabrosa, pero no podía conservarse durante tanto tiempo como las nueces.
––¿Cómo hacer comprender a las ardillas la necesidad de semejante cambio en sus hábitos? ––preguntó uno de los presentes algo sorprendido.
––Hemos de recoger muchas manzanas y llevarlas hasta los robles en donde tienen sus nidos ––explicó el alcalde––. Pondremos la fruta en pequeños montoncitos justo al pie de los árboles. Quizá, al tener abundante comida cerca, dejen de ir a buscar nueces a la ladera de la montaña.
––Me parece una buena idea ––apuntó uno de los presentes––. Esperemos que al tener comida fácil dejen de robar nuestras nueces, dándonos tiempo suficiente para recogerlas y almacenarlas en nuestras casas.
Entusiasmados por la idea, se pusieron todos manos a la obra… Durante varios días recogieron grandes cantidades de rojas manzanas que fueron colocando en montoncitos bajo los robles.
Desde lo alto, con mirada curiosa, las ardillas observaban el apresurado ir y venir de los habitantes de la aldea, cargados con sacos de manzanas. Cuando todo quedó en silencio, fueron bajando para saltar sobre ellas.
Pasada apenas una hora, todas las manzanas habían desaparecido en las oquedades de los robles. Solamente se escuchaba el leve ruido de multitud de pequeños dientes royéndolas ávidamente…
Desde cierta distancia, el alcalde y unos cuantos vecinos más observaban el ir y venir de los ágiles animales.
––Creo que las manzanas les gustan casi tanto como las nueces –– comentó uno de los presentes.
––Esperemos que dejen a nuestros nogales en paz ––exclamó, esperanzada, una de las mujeres.
Maduraron las nueces… Una tras otra, como grandes gotas marrones, con un ligero y seco golpe sobre la verde hierba de la ladera, se fueron desprendiendo de los árboles. Pronto los nogales quedaron desnudos de frutos y hojas.
Los vecinos acudieron presurosos, para recoger aquellos frutos que serian parte de su alimento durante el largo y frío invierno.
Desde lo alto de los añosos robles, las ardillas observaban curiosas la recolección….
Las nueces, después de la apresurada recogida, ya reposaban en la penumbra de los desvanes… ¡Por fin! Después de algunos años sin apenas poder probarlas, los campesinos se felicitaban por la feliz idea del alcalde.
Los más ancianos, carentes ya de dientes por su avanzada edad, tuvieron el deseo de comer manzanas, pero solamente quedaban unas pocas en lo más alto de algunos árboles. ¡Todas las demás habían sido comidas o almacenadas por las voraces ardillas!
De nuevo, ante la falta de manzanas, el alcalde convocó a los vecinos…
––Estamos ante otra situación parecida a la anterior ––el alcalde se dirigió a los asistentes––. Ahora apenas hay manzanas para que nuestros mayores puedan disfrutar de esta jugosa y nutritiva fruta.
––¿Qué podemos hacer? ––preguntó una anciana apoyada en su bastón––. Las manzanas nos ayudan a coger fuerzas para el invierno, además de ser muy digestivas para nuestros delicados estómagos…
Todos miraron inquisitivos al alcalde, esperando una solución. Él, pasando su mano derecha sobre la sudorosa frente, parecía estar pensando a toda velocidad. Después de unos minutos de silencio, dijo:
––Solamente nos queda probar con las ciruelas. Como sabéis, en las orillas del riachuelo existe una gran cantidad de ellas. Hagamos lo mismo que hicimos con las manzanas. Quizás las ardillas coman las ciruelas y dejen en paz nuestras manzanas.
Como antes habían hecho con las manzanas, recogieron gran cantidad de ciruelas y las llevaron hasta el pie de los ancianos robles, donde las ardillas tenían sus nidos. Ellas, curiosas por naturaleza, apenas esperaron a que los vecinos se alejasen para bajar de los árboles y, en pocas horas, las ciruelas acabaron por estar en la despensa de aquellos nerviosos y glotones animalitos.
Durante una o dos semanas, todo pareció estar en orden. Muy pronto, casi todas las ciruelas desaparecieron.
El otoño ya se anunciaba con su especial policromía en los árboles de hoja caduca del bosque…
Las mujeres, deseando preparar mermelada de ciruela, como siempre lo habían hecho se, acercaron al riachuelo. Asombradas, comprobaron que apenas quedaban algunos frutos, en las ramas más altas.
De nuevo fue convocada otra reunión… Tanto el alcalde como los más ancianos de la aldea, se enzarzaron en una acalorada discusión sobre la conveniencia o no, de todo lo que se había hecho hasta entonces para cambiar los hábitos de las voraces ardillas.
––Está claro ––el alcalde se dirigió a los presentes––, que todas las medidas que hasta ahora hemos tomado, solamente han servido durante un corto plazo de tiempo. Las ardillas, no importa que fruta, parece que nunca se limitarán a comer solamente de una.
––¿Qué podemos hacer? ––preguntó una mujer joven––. Siempre hemos tenido ardillas en nuestros bosques y, a pesar de ello, hemos podido convivir con ellas. Ellas y nosotros estamos aquí desde hace siglos… ¿Qué ha sucedido en los últimos años?
Un hombre muy anciano, que había permanecido silencioso en las anteriores reuniones, se levantó con bastante esfuerzo y dijo mirando a todos con rostro muy serio:
––La respuesta es muy sencilla… En los últimos cinco o seis años, hemos talado una gran cantidad de pinos en la ladera de la montaña. Todos sabemos que el alimento preferido de las ardillas son los piñones y, a falta de ellos, se han visto obligadas a bajar al valle para comer nueces, manzanas y ciruelas. ¡No podemos culparlas de nuestros errores! Os aseguro que, de no replantar de inmediato pinos en la montaña, terminarán por comer nuestro maíz o nuestras patatas.
Todos los ojos se dirigieron al anciano, mientras éste se marchaba apoyándose en su bastón de caña…
El alcalde, mirando a los vecinos allí reunidos, solamente dijo:
––Lo hemos escuchado todos… Creo que el anciano tiene toda la razón; y ha acertado con el origen de nuestro problema. A partir de mañana replantaremos pinos en la ladera de la montaña para que las ardillas regresen al monte y dejen de robar nuestra fruta. En unos pocos años, tendrán piñones de nuevo y, nosotros, podremos disfrutar de nuestras frutas.
––Siempre robarán alguna ––afirmó uno de los asistentes––. Claro que será una pequeña parte y podremos vivir en paz con ellas.
––Así será ––afirmó el alcalde levantándose––, como lo ha sido durante miles de años. No podemos olvidar que ellas ya estaban aquí cuando llegaron nuestros antepasados.
Desde entonces, las ardillas no dejan de comer nueces, manzanas y ciruelas, pero en pequeñas cantidades. Su alimento preferido, como ha sido siempre, son los pequeños y sabrosos piñones que extraen de manera magistral de las cerradas piñas.
De vez en cuando, quizás como demostración de que aquellas tierras siempre fueron y siguen siendo de su propiedad, cogen algunas nueces, manzanas o ciruelas, pero, desde hace unos años, después de que los pinos les regalasen los sabrosos piñones de nuevo, apenas bajan al valle.
Todos los cuentos, por lo general, suelen tener una moraleja que, en este caso, dejo que el lector adivine… He de confesar que este relato no es un cuento sino algo que realmente sucedió, sucede o sucederá muy pronto…. ¡No olvidemos que las ardillas son animales muy prolíficos!



© 2009-Fernando J. M. Domínguez González



Canteiro26 de diciembre de 2009

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