Me repugna el tacto de su piel, el estremecimiento que siente mi cuerpo cuando sus manos me tocan, es asqueroso.
La putrefacta sensación de morir cada vez que le beso, recorrer su cuello con mi lengua, mi lengua, contaminada con su mierda resabiada, con su olor y luego su cuerpo, saber que cada noche me hallo en sus brazos, me aplastan en un abrazo intenso.
Presa de un dictador.
Me siento humillada. Una de sus manos silencia mis gritos mientras que con la otra me desviste rápidamente, haciendo la mirada gorda a mis movimientos frenéticos que buscan la liberación. Sus ojos marrones taladran mi cerebro. Y esas arcadas que llegan después de mamársela, nunca me faltan... cuando nadie nos ve, a su merced.
Pienso en eso cada noche antes de correrme, desnuda en mi lecho acompañada de su ausencia, y mordiéndome el labio para no gemir como desquiciada, termina el acto a hora temprana. Sola, abandonada y con mis dedos mojados en honor a ti.
