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La Cena

Los padres de Andrea llegaron de un corto viaje y se ahora se alojan con ella. Andrea está contenta porque le han traído dinero y re¬galos, pero yo estoy inquieto porque temo que tendré que verlos y eso me aterra. Su padre es un hombre serio, dueño de unos negocios en Washington, y trata a Andrea con ternura y ge¬nerosidad, aunque sin perder su extraño aire discreto. Su madre aprovecha estos días para hacer compras y pelea con Andrea la primera noche, según me cuenta ella riéndo¬se, porque la acusa de haberse apropiado de unos almoha¬dones de plumas que eran de ella, riña que termina a gritos, insultos y golpes de almohadas, a pesar de los intentos de su padre por apaciguarlas. Andrea me pide que vayamos a cenar con ellos pero yo le doy pretextos y evasivas, porque sé que su madre me acosará con preguntas impertinentes que no sabré responder. Le explico que estoy ocupado con la universidad y no quiero dis¬traerme en una cena familiar que, estoy seguro, me hará pa¬sar un mal rato, y la animo a que ella salga de compras con su madre, se paseen juntas y me disculpe diciéndole que me he impuesto una rutina estricta de estudios.

Logro eludir el encuentro con su familia un par de noches, pero Andrea insis¬te tanto que acabo por rendirme, aunque recordándole que no me gusta conversar con sus padres, en realidad con los papas de nadie. Andrea hace un gesto de tristeza. Espero que no me hagan pagar la cuenta, digo ironizando, y ella se ríe y me tranquiliza, no seas tonto, como se te ocurre, mi padre es muy educado y el invita. Andrea me dice que para que no me sienta tan incómodo invitó a Isabel. Me consuelo pensando en que al menos veré a Isa¬bel, tan linda y estupenda, y por fin comeré algo distinto del menú de pasta o lentejas, que me tiene acostumbrado mi madre, que me ha puesto algo rollizo.

El día de la cena………Para que su madre no me acuse de verme como un pordiosero me pongo una camisa nueva al igual que los zapatos que son muy elegantes pero muy incómodos, espero que ella me juzgue según mi ropa y mi corte de pelo. Busco en mi habitación alguna de mis fragancias, pero todas están agotadas, busco en el cuarto de mi hermana y encuentro un frasquito de perfume Chanel, creo que es el mismo que usa Andrea, pienso, me baño en ese rico aroma, la mama de Andrea seguro se va a caer desmayada cuando me huela a mujer, sigo pensando mientras me arrepiento de haber utilizado el perfume de mi hermana, a la mierda debe ser unisex y salgo presuroso.

Llamo a Andrea preguntando si ya esta lista, quedamos en encontrarnos antes de la cena para llegar juntos. Ella está arreglada estupendamente y esta muy bella, tomamos un taxi, y me siento bien cuando Andrea me toma del brazo y ríe de las ironías que digo de su madre, que seguramente vestirá un conjunto muy fino recién comprado. Por un momento callo y me imagino cuando sus padres me incomoden con preguntas in¬deseables, pero ha¬brá que eludir el temporal con sonrisas falsas y respuestas de niño bueno. Llegamos al restaurant ubicado en la avenida el Polo, y nos encontramos con un gentío pujando por entrar, pero por suerte el papá de Andrea, siempre previsor, ha hecho reservaciones, y entonces Andrea y yo nos dirigimos a una mesa del fondo. Mientras caminamos, inquieto, me pregunto qué dirá su mamá cuando me huela, y cómo me mirará Isabel cuando la abra¬ce y tal vez recuerde esa tarde inflamada de una atmósfera erótica en el departamento de los papas de Andrea, y qué intrigas políticas contará su padre, quien, según me cuenta Andrea, es un apasionado en temas políticos, tema que a mi no me interesa para nada. Recuerdo que debo ser prudente, replegarme, callar mis opiniones, celebrar las bromas aun si son malas y hacerme el idiota.

Llegamos a la mesa, saludo a los papas de Andrea e Isabel, ellas esplendorosas, con bonita ropa y unos peinados que de inmediato levantan miradas, y él muy sobrio y formal, con una camisa blanca, pantalón negro, anteojos gigantes y el pelo castaño, planchado hacia atrás, seguro cortesía de su madre, que fácil lo viste y lo peina a su antojo. Nos saludamos con cariño, yo fingien¬do por supuesto, salvo Isabel y yo, que nos miramos con genuina simpatía y luego le doy un abrazo y le digo qué bueno ver¬te, se te extraña, y su madre me da un beso distante y me dice: ¿Te has puesto una colonia de Andrea, no? Yo me quedo pasmado, no sé qué decir, y Andrea me rescata diciendo no, mamá, no seas pesada, se ha puesto una colonia suya y no lo fastidies con tus frivolidades, por favor, y su padre la mira como diciéndole sí, mujer, déjalo tranquilo al muchacho, no seas tan pesada, y yo bueno, la verdad, sí, me he puesto una colonia de Andrea, y su mamá celebra mi franqueza con una riso¬tada e Isabel se ve tan linda riendo y Andrea por suerte no se enoja y sonríe también, contenta de que yo por un momen¬to logre encajar en su familia.

La mamá de Andrea, se sienta muy erguida, orgullosa de esos pechos ge¬nerosos que seguro se ha operado recientemente, a veces me mira con unos ojos inquisidores, desconfiados, al tiempo que yo le miro los pechos con descaro, cosa que es¬toy seguro ella aprecia y que su esposo no debe de hacer con la debida frecuencia. El padre de Andrea no parece tenerme antipatía, me trata con cariño, el problema es que no me conoce y proyecta mi futuro de un modo que me sorprende: Termina la universidad, estudia una maestría en Washington y quédate a trabajar allá, que allí está tu futuro. Andrea asiente: Yo le digo lo mismo, que estudie una maestría allá. Dé¬jenlo que haga lo que quiera, si él quiere quedarse acá o allá es su decisión, me defiende Isabel, y yo la miro con simpatía y con¬templo embobado sus labios voluptuosos, las pequitas en sus brazos, su sonrisa juguetona, los pechos que se insinúan bajo su bello escote.

Todos comemos platos deliciosos, que el papá de Andrea ha pedido con cierta austeridad en previ¬sión de que pagará la cuenta, e Isabel cuenta con euforia su ultimo viaje y comparte con nosotros los pormenores de sus peleas con su ex enamorado y luego el papá de Andrea, que se da aires de jefe, nos aburre hablando de política y de que deben construir un teleférico en las ruinas de Machu Picchu, mientras a mí me duele el trasero en esa silla tan dura y pienso que quiero construir un teleférico que me lleve derechito al pecho pecoso de Isabel. Yo no digo nada, ya me han mandado a estudiar a Estados Unidos y me han mirado feo por defender algunos puntos de vista, así que mejor me callo, me doy un atra¬cón de carnes y sigo representando mi papel de joven pusi¬lánime y futuro ingenierucho que sale con la niña bonita de la familia.

Hago una broma tonta, Nadie se ríe, sólo Isabel, que bebe un poco de vino y dice ay, qué gracioso, beberíamos de salir con Andrea y un amigo tuyo, la pasaríamos muy bien, y Andrea ay, Isabel, no seas desubicada, y yo la miro como diciéndole ay, Isabel, yo me muero de ganas de salir contigo. Comento que no se hablar ingles, que soy pésimo aprendiendo, de casualidad yo rozo mis piernas con las de Isabel debajo de la mesa y ella me sonríe y me dice no te preocupes, Miguel, que si Andrea no tie¬ne paciencia para enseñarte me puedes buscar nomás, y yo siento que la quiero y sonrío, pero no mu¬cho, para que no me vean los dientes manchados de comida, y Andrea la mira con ferocidad como diciéndole un coqueteo más con Miguel y te tiro en la cara el vaso de agua, y yo mastico la bola de carne que tengo en la boca y me digo en qué carajo estaba pensando cuando acepté venir a esta cena delirante.

Caminando de regreso a su casa, Andrea y yo discutimos acalora¬damente. No se para qué me obligaste a venir a esta comida absurda con la loca de tu madre, protesto. No te obligué, tú quisiste venir se defiende ella, indignada, y añade: Yo sé que mi mamá es una pesada y yo no tengo la culpa de eso, me quedo callado.

Andrea camina golpeando los tacos, las manos meti¬das en el abrigo negro, un gesto de fastidio avinagrando su mirada: ¡Pero lo que más me jodió fue que coquetearas tanto a Isa¬bel delante de mí, como si yo fuera un florero o qué! Me río exage¬radamente, burlándome de la acusación: ¡No digas tonterías, por favor! No he coqueteado a Isabel, simplemente la traté con cariño porque es buena gente conmigo, punto, nada más. Andrea se exalta, me toma del brazo, se detiene en una esquina, ¡te has pasado toda la noche haciéndole ojitos y coqueteándole des¬caradamente, no creas que soy una cojuda y no me doy cuenta! ¡Y al final le has dado un abrazo que un poco más y le manoseas todo! Yo me río de buena gana y pienso que no se le escapa un detalle, y digo: Bueno, sí, tu amiga me parece guapa, ¿no puedo sonreírle y admirar su belleza? ¡No, no puedes, si estás conmigo no puedes!, contesta furiosa, y yo le digo: No grites, por favor, que parecemos unos salvajes, cálmate. Andrea hace un esfuerzo por permanecer en silencio pero no lo con¬sigue y vuelve a disparar: No sé por qué, siempre tienes que estar coqueteando con alguien. Me enferma tu coque¬tería. Si fueras mujer, serías la más puta de todas. Yo, para irritar¬la, le doy la razón: ¡absolutamente, sería la más puta de todas, no una celosa amargada como otras. ¡No me insultes!, se enfurece ella, y yo sonrío sarcásticamente y digo bueno, tú me has dicho puta, yo sólo te he dicho celosa. Pobre de ti que te atrevas a coquetear con Isabel delante de mí otra vez, que te tiro una bofetada y se te aca¬ba todita la gracia, me amenaza, turbia la mirada, y yo reac¬ciono con furia y digo: Mira, mamita, yo puedo coquetear con quien puta me dé la gana, porque tú y yo no vivimos, no somos enamorados, no so¬mos una pareja formal y tú lo sabes, tu regresas a Washington en un mes así que no me jodas con tus celos histéricos.

Es una vulgaridad discutir en estas calles tan apaci¬bles y hermosas, en las que reina el silencio, que estamos en¬vileciendo con nuestras pequeñas intrigas tontas. Pero Andrea no cede, no se acobarda: Está bien, mejor me voy, no te voy a rogar que te quedes conmigo, y coquetea con quien te dé la gana, para que te des cuenta de que no eres como dices y vengas después a llorarme como un baboso arrepentido, pero eso sí, te prohíbo que coquetees con mi mejor amiga, te prohíbo terminante¬mente que te acerques a ella y le hables todo melosito, ¿está claro? Ha gritado esa última pregunta, ¿está claro?, que es también una amenaza maquillada, y yo por eso levanto la voz y contesto: ¡Yo voy a coquetear con Isabel todo lo que me dé la gana y tú no tienes nin¬gún derecho de prohibirme eso ni nada! Andrea vuelve a detenerse, como dando énfasis a sus palabras, y me sujeta fuertemente del brazo: ¡Claro que tengo derecho! ¡Es mi mejor amiga! ¡Tú la cono¬ciste por mí, porque yo te la presenté! ¡No puedes ser tan enfermo y no respetar nada! Yo me enfurezco, me irrita que me llame enfermo, no es para tanto, sólo encuentro guapa y en¬cantadora a su amiga, eso es todo.

Para provocarla, no mido mis palabras y digo: La verdad, me muero de ganas de estar con Isabel y me he pensado mucho en ella. Andrea no vacila en darme una bofetada que sacude mi rostro y me deja ar¬diendo la mejilla. ¡Eres un enfermo!, grita, llorando histé¬rica. Estamos a una cuadra del departamento de sus padres, ellos se adelantaron para darnos un tiempo para despedirnos. ¡Me voy, no me llames!, añade, y da vuelta y se marcha presurosa calle abajo. Camino rápido, avergonzado por la escena, y al llegar a mi casa me tiro en la cama a recuperar el aire. Suena el celular. No contesto. Son mis amigos, desean salir a una fiesta en la cual estoy invitado, no deseo verlos. Me gustaría llamar a Isabel y decirle sobre tomarnos una copa en cualquier parte. En estos momentos no deseo alcohol alcohol, pero ahora estoy descontrolado y un poco de trago no me vendría mal.


Gianx2218 de diciembre de 2008

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