El calendario marca mediados de junio. Corre el año 14, del mil ochocientos, soy Teresa, la hija del Marqués Del Toro, Francisco Rodríguez, del más alto abolengo dentro de la jerarquía social de Caracas. En Madrid se rumora que Fernando VII, cautivo en el Castillo de Valençay, abdicó en favor de José Bonaparte.
La aristocracia caraqueña, se reunía en algunas casas y haciendas del valle, conspirando... otra nueva oportunidad de emanciparse de la metrópoli.
Con paso vertiginoso mi historia ha declinado entre detonaciones y revolución. Braman los fusiles, carga con machete, furia y degüello, contrastan las silentes oraciones al Señor.
Soy leal a la causa libertadora que encontrará la ruptura definitiva del vínculo político, que nos unió al imperio español y la guerra entre republicanos y realistas es cruenta, compleja, entre españoles y españoles americanos, entre primos.
Mientras nos matamos, languidezco en el seno de mi familia, soy la menor de 5 hermanos, tengo 22 años y no quiero el ocaso de la virgen consagrada a Dios, transfigurada en eterna contemplación de imágenes piadosas de yeso, rosarios y misa dominguera en la catedral, a las 10. Ya no me importa nada de eso, quedarme para vestir santos es un destino cruel, ¿Por qué? ¡Si mi piel es tersa! con los caros deseos del capullo por abrirse, el ser tibiamente desflorada, penetrada del rayo de sol, en el fondo de mi lóbrega cavidad. ¡Es el llamado de mi naturaleza voluptuosa! soy la virgen de la dolorosa madrugada insomne, ilusionada por sueños indecentes, codiciada, la alhaja de la capital. Entre todas, mi belleza la conjugan los poetas enamorados entre la risa de las amatistas, rostro iridiscente, pluma y tinta versifican la estela deslumbrante de mi andar, pero el drama es otro, mi tragedia es tan negra como el ónix, más triste que la liturgia del hollín que elevan al Creador, las velas en la alcoba de mi abuela.
Suplicas al amor secreto y fervoroso, fueron mis esquelas al coronel peninsular Agustín, cosa que trascendió hasta de apreciar el cielo diáfano de sus encantos, ascendí como efímera ave, so pena del rechazo angustioso de mi conciencia, a favor de mis ideales políticos, más no, de mi cuerpo emplumado libido, obviando lastre religioso.
¡Amor enardecido...! Fugaz te apartaste de mi, te engulló el campo de batalla, una desdichada munición... y sigo siendo inocente fruta madura sin el mordisco penetrante saboreando mi sangre... enviudaron mis anhelos, más no mi anatomía todavía hierática, crucificada en el calvario del olvido.
Trágico 1814, no solo por la cantidad de batallas, sino por los feroces ataques que estremecen ciudades y campos, todos enajenados... Huimos como la mayoría de los blancos criollos, ante la inminente caída de Caracas en manos de la Legión Infernal, liderada por el caudillo asturiano, el sanguinario y cruel José Tomás Bóves.
Llegamos a Barlovento, a la hacienda y como nosotros salpicando entre la densa floresta, varias familias van ocupando sus extensas propiedades. Aquí, bajo la sombra de bucares, guamos, apamates, el cacao prospera,
el sabor del chocolate detiene el tiempo. Contrastes de aromas, sonidos amables de grato recordatorio a niñez, el sosiego retorna como una fantasía.
Me he visto en el espejo desnuda, de cuerpo completo y me gusta lo que veo. Es 24 de junio, nacimiento de San Juan Bautista, solsticio de verano.
Se permite a los esclavos hacer su fiesta. Discretamente se difumina mi alcurnia...
La negritud devota descendiente del África; Zaire, Ruanda y Burundi, repica los tambores, el mar Caribe se enciende. Celebran al santo negro con ron y aguardiente, en la noche de San Juan.
Los tambores culo e` puya, y quitiplás hacen sonar el malembe, el son del sangueo y las tonadas.
Danzas de parejas sucesivas con carácter esencialmente erótico.
¡Ay loo loeeee, Ay loo loaaaa! ¡San Juan to lo tiene! ¡San Juan to lo da!