Nos hicimos amigos para siempre, incluso lo firmamos con la sangre de nuestros pulgares, una noche mágica, en aquel cine de verano, bajo la luz del viejo proyector como testigo. ¡Qué ilusión! ¡Qué ingenuidad! ¡Qué gran mentira!

Crecimos demasiado rápido. Intrusos disfrazados de escarceos amorosos, derritieron nuestra apasionada lealtad como aquellos helados con los que nos sacudíamos el bochorno a lametazos.

No volví a verle, supongo que, como yo, encontró nuevas amistades, mejores experiencias, flamantes pulgares con los que volver a vivir sanguinolentas y azarosas aventuras. Sin embargo, como siempre, cuando froto las yemas de mis dedos emerge del pasado, como un aparecido.

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