(Mangata es una palabra de origen sueco que se refiere al camino de luz que deja la luna al reflejarse en el agua. Es una de aquellas palabras que no tiene traducción en otros idiomas. Una bella imagen para reflexionar sobre lo que nosotros mismos reflejamos en los diferentes espejos en los que nos miramos).
Aquella noche, como tantas otras, se sentó en la arena de su playa a esperar una nueva visita de su vieja amiga; Selene se retrasaba esta vez. Oculta tras las nubes, silenciosa, aletargada, se despertaba lentamente. Por fin, el bostezo grandioso de la diosa hendió las sombras hasta aparecer orgullosa y plena sobre un cielo azabache.
Poco a poco un sendero de luz fue recorriendo el mar, penetrando las tinieblas, surcando la oscuridad hasta naufragar en la playa donde la joven, arrebatada por el esperado espectáculo, sonreía como una niña pequeña ante la mirada de una madre bajo cuyo signo había nacido una noche de Luna Llena.
Un diálogo de miradas intensas, profundas, se acunó entre las olas cristalinas durante un tiempo infinito. Ambas, extasiadas ante tanta belleza, conversaron durante toda la noche. Aquel camino de luz las unía íntimamente, como dos partes de un mismo ser.
Sin darse apenas cuenta, una minúscula onda bañó el pie de la joven que, agradecida, recibió el reflejo de la luz a través de la caricia del mar. En ese instante una sola palabra quedó impresa, tatuada en su piel para siempre. Su amiga Selene acababa de hacerle un magnífico regalo, quedaban así unidas por siempre el astro y la joven, la luz y la sombra, la piel y la palabra.
