Y se ríe cuando la mira sin reconocerla. No la recuerda, sin embargo, sus ojos, con la pasión dibujada en las pupilas, la abrazan para bailar, una vez más, aquel pasodoble castizo de típica verbena de pueblo, de un resplandeciente y tórrido verano de hace más de cincuenta años; cuando los dos, tan jóvenes, casi unos niños, se juraron, sin palabras, amor eterno.

De pronto, ambos se sorprenden buceando en esa mirada que les atraviesa, mientras una música lejana mece suavemente sus labios hasta fundirlos en un dulce y olvidado beso hecho de sombras de amor.

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