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Micro-historias de Olotilandia Dos

Micro-historias de Olotilandia DOS

II

El pequeño enano, enternecido al alba, no renunciaba a la luna aunque tuviese que esperarse otro día entero a la orilla de un charco de luz.

Se sentía triste con la brillante nostalgia de los astros que saludan al sol con el sombrero en la mano mientras que con la otra recogen el pañuelo de plata que la luna ha dejado caer sobre las montañas.

Le queda una chistera mágica que ha encendido más de una lámpara de ilusión en la habitación del amor, así está preparado y vuelve al sol, pensando en la larga noche de oscuras sombras que corrió tonta tras el tiempo.


III

-Hola bonito bolígrafo; dijo el duende a su extraña maquinaria para escribir poesías; y siguió dictando tangos:
! Camino del aire voy donde me llevan los autobuses! ¡Viva la tómbola del color!, la página loca, la enmudecida muñeca, que no alcanzo porque mira como son cosas es más fácil estar alejado, contemplándola en esta casualidad asentada que nos liga a la enloquecedora música.
Te amo a ti también compañera ingrávida improvisada por el sol, llegando de los 60 con los ojos puestos sobre el futuro. Te amo hasta un poco después del viaje. Te amo eléctrico a las 7 de la mañana en un autobús lleno de magia.

Después de haber amado tanto se diluyó.


IV

El duende que estaba estallando bajo las estrellas y admirándolas, en su perplejidad admiró a una pequeña duende que tejía resplandores bajo un pañuelo de seda:

-Hola admirada nada; la saludó el duende envuelto en un fulgor amarillo.

-¿Me lo dices a mi? ¿Eso soy yo?; replicó enfureci¬da la lustrosa adumbración.

-Preciosa la luna me da igual que sea un farol,- explicose el duende ¿ya no importa porque no se me hace necesaria la luz. ¡Ojala fuesen verdaderamente infi¬nitas las noches! pero antes de que te disuelvas en esa nada de almohadas que duerme en lo desconocido, quiero decirte:
Mi inconsciente quiero te quiere.

En lo desapercibido la duendecilla inventó un sombrero que la elevó un piso en la torre de la belleza.


V

Siguieron el duende y la duendecilla jugando con sus encantos. Se enrollaba muy bien la dulce flor que llenaba sus pipas de haschis y le daba fuego, mientras bailaba cada vez más alucinante envuelta por el humo.

(Llegó hasta tal punto la historia que se quedaron colgados, aquí, fueron tiempos difíciles, pasaron frío. Durante este periodo se llenó la casa de pingüinos, osos, y algunos otros que estaban acostumbrados al ambiente. Aprendieron más en dos semanas que en todo el tiempo que duró el invierno).


VI

En un bosque otoñal que dudaba entre el ocre y el rojo para lucirse durante el invierno, un duende poco trabajador, tiraba monedas de un tesoro poco valioso a un charco repleto de hojas de periódicos e insectos buceadores, con la intención de pescar un pez astral de la buena fortuna.

VII

Calibraba su hacer el diablillo, que era entorpecido por pastosos días de niebla, que ondulaban a través de su cuerpo, no dejándole ser de un único color.

Aquel tiempo lo hastiaba, lo alejaba del amor y del bosque, de los renacimientos primaverales, lo introducían en un enredo de encantos producidos por las situaciones, no es que estuviese enfermo, es que aquella niebla no lo dejaba vivir

Parecía su destino el de estar enjaulado entre las rocas de una vertiginosa montaña de piedra negra, de enigmática magia de carbón empañada de diabólicos hechizos.


VIII

Después del abandono de las casas setales vino el interludio: los hongos vacíos se iban descomponiendo solo habitados por simpáticos gusanos que perforaban los muros vegetales y que de vez en cuando limpiaban las ventanas con un lengüetazo de saliva.

El interludio estaba compuesto por todos aquellos momentos en que los seres mágicos descansaban hollan¬do la tranquilidad que no les amargaba las travesuras existenciales, que derraman como agua en una lluvia contenta de siempre sonreír.





IX

Sus ratos, entre hojas de hierba, aplastando musgo de rocío con la minúscula ingravidez de sus cuerpos, que parecía eterna, porque no acababa mientras no se levantasen.

Descasaban en el otoño mientras se iban cubriendo hojas secas que los semi enterraban entre sus sueños de mariposas emplumadas con melenas cristalinas, a medida que resplandecían en un futuro próximo de contemplación.

languidecía el tiempo. Las nubes cargadas de invierno se acercaban lentamente con su motivo entre las
piernas, de arrastrar la helada estación.


X

Los duendes dormían despiertos bajo las hojas y la niebla durante la noche, que retorcían como costumbre de los cielos, y el día, que pasaba deprisa. Todos ellos se imitaban, ignorantes en sus burbujas de cristal que habían dejado de flotar para entristecerse en su fal¬ta de playa voladora, entre el tiempo que los llevaba de aquí para allá como un torbellino de aire natural.

Habría que decir que no, que no, que no todos los duendecillos duermen y que en las nubes que tienen golosas formas de pasteles desparramados se esconden espíritus que son azulados de tanto reír, que se encargaran, bajo el testimonio de ocultos festejos con los abetos, de repartir caprichos entre los ensoñados mor¬tales que se pierden en las nuevas dimensiones que se abren en sus habitaciones transparentes ya marchada la tarde.

continuará

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Marcel30 de octubre de 2015

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