Se inventó el dolor, y los dolores
y los gestos arrugados de las flores marchitas
sobre los balcones colgados.
Las margaritas, inútiles perfiles
de rosas egocéntricas...
pavorosas.
¡No dejes que tus ojos lloren!
Déja de llorar y grita al viento tus sentires,
pálpitos de luz,
la cruz que pesa,
el insulto amargo que destroza el alma;
la calma huida entre sollozos.
Trozos de pan que alimentan mil palomas.
Asomas tu nariz sobre el vertedero de palabras,
labras la tierra estéril.
Y toda la amargura de no poder sobreponerse.
Egoísta, te digo que no llores, porque
me asusta la oscuridad de tu mirada.
Y esas flores condenadas a ser plástico
en la lápida, eternidad consumida en su color
por el falso dolor.
Simplemente por temor,
ausente del valor
necesario...
para dejar que seas la rosa abierta
que exhala su perfume en gotas
de rocío.
El vacío de tu acción
inutiliza la tiza que usara el viejo maestro,
para dibujar con gesto diestro
un círculo polar poblado de osos blancos.
