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SimetrÍa CapÍtulo Iii

CAPÍTULO III

PISTAS


El depósito de cadáveres de Lasttown era un pequeño y mugriento edificio rectangular de dos alturas situado en las afueras de un polígono industrial, al lado de un tanatorio coronado por una chimenea tan siniestra como alta de la que, perpetuamente, fluía un humo grisáceo. La percepción para el visitante ocasional era de una finca en estado de ruina y abandono, pero en realidad se trataba de una nave que no contaba más de tres años desde su construcción. Se hallaba en la parte nueva de la zona industrial urbanizada parcialmente que aún no tenía las calles asfaltadas, ni iluminación por las noches. Un letrero compuesto por varillas de hierro oxidadas donde se leía “Morgue” era el único referente de la actividad que se desarrollaba en él.
El comisario Moss estacionó su Ford en las cercanías, y después de salvar numerosos hoyos llenos de agua y barro, accedió al lugar. La puerta de la verja estaba abierta al igual que la de entrada al bloque, así que, sin que nadie advirtiera su presencia se adentró, recorriendo dos pasillos y llegando sin contratiempos a la sala de autopsias donde se hallaba el forense mirando con un microscopio algo que Moss prefirió no averiguar de qué podía tratarse.

-Hay ciertas cosas y lugares a los que uno no se acostumbra por mucho que las vea o las visite -dijo a modo de saludo Eric Moss a Johan Morlon, el médico forense. Por motivos obvios de ambas profesiones se tenían que ver con frecuencia y existía confianza entre ellos, si bien nunca fueron amigos.

Siempre que efectuaba una visita a ese lugar tenía la sensación de no desprenderse en mucho tiempo del olor a formol y a atmósfera enrarecida que allí se respiraba. Un escalofrío de repugnancia le recorría la espalda cada vez que atravesaba el umbral de la morgue.

-Adelante Eric -Johann le estrechó la mano con jovialidad inclinándose ligeramente para salvar la diferencia de estatura. El médico medía cerca de dos metros -estaremos mejor en mi despacho y de paso te alejaré un poco de este ambiente que me consta te desagrada.

El despacho en cuestión era un pequeño habitáculo cuadrado con mamparas desmontables y con sólo una pequeña porción de cristal en forma de rombo casi a la altura del techo. Estaba situado en un diminuto hueco que ensanchaba un pasillo en cuyos lados, perfectamente alineados, se hallaban los nichos de metal donde se depositaban los cadáveres. En el interior había una vieja mesa rectangular de madera, sobre la que se asentaba un ordenador y a la derecha un archivador con cuatro cajones que hacían juego con la mesa. No había una sola superficie que no estuviera cubierta de expedientes. Carpetas amontonadas y desordenadas por todas partes, incluso encima del teclado del ordenador. Como los visitantes carecían de interés por prolongar innecesariamente la visita, no había una sola silla para acomodarlos. Si, en cambio, el forense disponía de un pequeño sillín giratorio, junto a la mesa, tapizado de azul. Moss observó que la portezuela que servía para cerrar aquel cubil se encontraba abierta y atascada posiblemente porque con el paso del tiempo se había descolgado un tanto de las bisagras. Y se preguntó cómo diablos podían haber manchas de sangre seca en el techo. Durante un rato estuvo dando vueltas en su cabeza a la forma en que habían llegado a un lugar tan inverosímil.

-Me temo que poco te aislará esta cabina del ambiente de muerte que te rodea aquí por todos lados si no puedes ni cerrar la puerta -murmuró.
El forense pasó por alto el comentario mordaz. Nunca le abandonaba una simpatía innata.

-Eres demasiado aprensivo para ser policía, ya deberías estar acostumbrado. Te aseguro que con todos los desinfectantes que utilizamos tienes menos riesgo de contagiarte en la morgue que en cualquier bar de los que frecuentas -respondió entre risas.
Eric fijó la vista en una taza de café que emergía entre las carpetas. El contenido había desaparecido dejando un poso ennegrecido en el fondo. –Hay que tener el estómago a prueba de bomba para ingerir algo aquí -pensó

-Vaya drama muchacho el de este pobre profesor -abordó el tema de la visita el forense primero.

-Encima le conocías según tengo entendido.

-Bueno, personalmente no -contestó Eric. Pero mi hija Lara de trece años era alumna suya en el instituto. Imagínate, la pobre está consternada. Diez minutos antes de su muerte estaba dándole una clase de física. Por lo que cuentan los alumnos mostró algún síntoma de abreviar. Puede que se encontrara indispuesto o tuviera prisa por acudir a algún lugar. Ha sido un trauma muy duro para todo el instituto en general.

-¿Qué puedes decirme Johan?- El comisario tenía la misma ansía por tener alguna revelación sobre el asunto como por salir de allí.

-Pues igual te defraudo, pero creo que no te voy a aportar nada de especial relevancia. Lo más increíble es que el hombre llegó a ser un horno en el sentido literal. De entre esos restos es imposible encontrar nada.

Eric suspiró antes de hablar.

-Por los comentarios que he escuchado eso no es ninguna novedad. Y aunque ahora parezca un poco inhumano te diré que tampoco me importa mucho. Lo que necesito conocer es cuál fue el motivo de ese fuego infernal y cómo es posible que no prendiera la ropa. ¿Tienes alguna explicación para eso?

-Para lo primero no, para lo segundo tal vez. A lo visto el fuego se inició y se apagó velozmente. Quizás la ropa no tuviera tiempo de quemarse. Sé que no es muy convincente, pero no encuentro otro argumento.

-¿Podría alguien haber impregnado su cuerpo de una sustancia altamente inflamable? -preguntó Moss

-No he encontrado nada para sospechar eso. Sin contar la dificultad que supone lo que propones. Lo veo un tanto inverosímil. Más por la forma en cómo podría haber llegado esa imaginaria sustancia al cuerpo del profesor que por no haberla hallado.

-Bueno pero tendrás que determinar una causa. Un tipo no arde como una tea tan fácilmente.

-Chico yo soy el médico y tú el detective. Me limito a describir lo que veo. En mi informe tengo que ser muy estricto. No puedo permitirme el lujo de conjeturar. Me he ceñido a datos objetivos. La causa de la muerte es por quemaduras muy graves. El origen de las mismas no me corresponde averiguarlo. Además, no quedaría muy presentable un informe basado en suposiciones, que, entre otras cosas, no tengo. En cualquier caso estoy contigo que es un asunto de lo más extraño. La casuística sobre hechos de esta índole es nula -Johan encendió un cigarrillo, al observar el gesto, Moss se fijo que llevaba los dedos manchados de sangre.

-Me temo que va a aumentar la casuística como tú dices. Tenemos otros dos casos, en principio, muy parecidos, sino iguales.

-Estoy al corriente de ellos. Ya me han llegado los cuerpos o lo que de ellos ha quedado. Vuestra diligencia no da me un respiro. Si bien en lo concerniente a Dorotea Hunt “lo” que me habéis traído está un tanto desordenado -una sonrisa burlona se dibujó en la boca del forense.

-Volviendo al tema de la anciana –Moss quiso desviar un tanto la conversación dado que no tenía argumentos para justificar el desastre perpetrado sobre los restos de Dorotea- hay algo que me parece de lo más enigmático. Una persona que arde puede mantenerse con vida un tiempo y es de suponer que en la agonía se mueva derribando cuando encuentre a su paso. Debería haber dejado un rastro. Sin embargo, nada de eso hubo en su casa, ¿qué clase de fuego mata a alguien en un segundo?

Johan, era rotundo en sus afirmaciones y no iba a modificar la postura oficialista que mantenía.

-Tal vez la impotencia de la situación la inmovilizó. Pudo sufrir un ataque al corazón o de algún otro tipo -viendo el gesto de decepción del policía hizo un pequeño comentario a modo de consuelo.
-Lo único que te puedo anticipar, aunque me cuidaré mucho de mencionarlo en el informe de la autopsia, sino que te lo digo a título estrictamente personal, es que ni veo, ni creo en la intervención de un tercero en la muerte de Jules. Se incendió por un motivo desconocido, pero atribuible sólo a él. Y lo que me comentas de la anciana confirma mi opinión.

Eric entendió pronto que la primera pista resultaba fallida. Maldijo para sus adentros a Lorenz y su séquito de gamberros por el rubor que sintió delante del forense a causa del comentario irónico sobre las mantas y las cenizas de Dorotea.

-Mejor indagar en otro sitio. Cuando algo no tiene explicación lo fácil es negarlo u olvidarlo -pensaba mientras escuchaba las últimas palabras de Johann.
Intentó exculpar al forense por la poca luz que arrojó en su informe, cambiando la conversación a temas familiares. Después de diez minutos de charla amena se despidieron con un apretón de manos. El forense mantuvo la mirada sobre el comisario mientras se alejaba.

-No me gustaría estar dentro de su pellejo –pensó- tiene por delante una investigación con mucho recorrido -lanzó la colilla al suelo y la aplastó con el tacón de su zapato.



LA ENTREVISTA
Parzenon6029 de agosto de 2015

1 Comentarios

  • Voltereta

    Un relato muy interesante y bastante bien llevado. Ciencia ficció, pura y lectores, que aprenden de la imaginación del creador de la historia.

    Un placer leerte.

    Un saludo.

    29/08/15 11:08

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