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Afuera Hay un Tipo



—Soy yo, tu padre, he vuelto —pensaba decir Augusto Varela si le abrían la puerta Laura o Román. O— Leonor, soy yo, perdoname por tantos años de ausencia —si abría ella.
Hacía veintiocho años que había huido de la responsabilidad de una familia y de un empleo mediocre.
—El mundo es mío —había pensado aquella vez y había vagado por ciudades de casi todos los continentes sin poder asentarse en ninguna de ellas.
No fue la primera vez que alguien de la familia se marchó sin dejar rastros, el primo Robertito, terminó la secundaria y nunca más se supo de él.
Una demora en el último aeropuerto por su pasaporte lo hizo transpirar más de la cuenta, porque todos sus papeles eran falsos, gracias a un empleado del registro civil que, a cambio de una buena suma, le dio el documento de un hombre que acababa de morir, pero esta fue otra falsa alarma de las que ya había tenido en más de una ocasión.
No había llamado antes de ir, supuso que sería mejor así, dar la cara de una vez por todas.
Cuando el taxi se detuvo, le gustó la casa que vio, mucho mejor que el departamento que alquilaban cuando se marchó.
Vaciló un segundo y tocó el timbre, al cabo de un minuto abrió un joven de unos treinta años.
—¿Román?
—Si, y usted es…
—Tu padre —dijo sin titubear.
Román entornó los ojos como para comprobar lo que acababa de oír y preguntó:
—¿Cuál es su nombre?
Y cuando escuchó:
—Augusto Varela —puso cara de asombro para dar lugar a una media sonrisa divertida.
—¡Che viejo! —Gritó— ¡Acá afuera hay un tipo que dice que sos vos!
—No, esperá —atinó a decir mientras pensaba que otra persona, actual pareja de Leonor, se haría llamar padre por sus hijos. Apareció un sujeto que era su viva imagen, como si fuera un clon o un hermano gemelo suyo.
—¿Quién es usted? —le preguntó el hombre.
Ese individuo había tomado su lugar haciéndose pasar por él. Debía desenmascararlo y pensó rápido en cómo lo haría.
— Robertito —respondió creyendo que no sabría de quién le hablaba, pero en lugar de desconcierto, la cara del otro se iluminó.
—¿Robertito? ¿El primo Robertito? —E inmediatamente lo abrazó y empezó a dar saltos estrechándolo contra su cuerpo.
—Volviste, Robertito, esto es increíble ¡Estás vivo! ¡Estás vivo! ¡Leonor! ¡Laurita! Vengan a conocer a mi primo Robertito, el que se fue cuando terminamos la secundaria y jamás supimos de él.
Sintió que el otro lo sofocaba, y no sabía cómo librarse de él. Estaba seguro que antes de suplantarlo, este se había asesorado bien de su historia familiar, debería intentar por otro lado.
Llegaron su mujer y su hija y se sumaron a las risas y saludos.
Lo que más lo asombraba no era el parecido que tenían, tanto físico como en el tono de voz y los gestos, sino en que nadie reparaba en eso.
—Pasá, Robertito, vení a conocer mi casa ¿Qué es de tu vida? ¿Dónde vivís? ¿Tenés auto? ¿Dónde trabajás? ¿Te casaste? ¿Comiste?
—Dejalo respirar, lo vas a ahogar al pobre Robertito —dijo Leonor con ese gesto de reproche cariñoso que él recordaba bien.
—Pasá, Robertito, Ésta es Leonor, mi mujer, estos son mis hijos Román y Laurita, ah, ese es Roy, nuestro perro, no es muy amigable, pero estando con nosotros no te hará daño.
Roy era un ovejero alemán, única raza de perro que a él le gustaba, pero lejos de atacarlo, se acostó en el piso con las patas hacia arriba.
—Increíble, le caíste bien a Roy, solo conmigo se comporta así, ni siquiera con mi familia.
Leonor ahora lo miró a él con gesto de extrañeza.
Ni bien entró en la casa sintió un olor familiar que lo retrotrajo a su época de casado y le dio sensación de bienestar. Además todo en la casa, los muebles, su distribución, el color de las paredes, los cuadros, eran de su agrado. Pero lo que más lo impresionó fueron las fotografías de los estantes, donde se veía él con su familia en diferentes etapas de su vida, desde que era delgado y con pelo oscuro, con bigotes, hasta las últimas, corpulento y canoso.
—Somos parecidos— comentó ante la evidencia.
—No tanto —dijo Román.
—Yo soy mucho más lindo —dijo el otro.
—¡Augusto! —Reprendió Leonor en tono divertido.
—¡No! —Pensó— Augusto soy yo.
—¿Te quedás a comer, Robertito? —le preguntó Leonor sin consultar con los demás, que la miraron con aire de aprobación.
Primero pensó en negarse, pero de haberlo hecho debería irse, y no podría seguir con su plan de desenmascarar al sustituto.
—Me encantaría.
La mesa estaba servida, solo agregaron sus cubiertos y otra silla.
—¿Dónde estuviste todos estos años, Robertito? — le preguntaron.
El resto del almuerzo se pasó hablando de su itinerario, y descubrió que podía pasar perfectamente por su primo contando sus propias experiencias.
Todos reían y festejaban sus anécdotas y comentarios, hasta que el falso Augusto reflexionó:
—Lástima que los tíos fallecieron creyendo que habías muerto.
El clima de alegría se ensombreció.
Para cambiar de tema, Laura que hasta entonces no había hablado le preguntó:
—¿Y ahora dónde estás parando? —En el timbre de su voz tuvo un leve recuerdo de cuando era pequeña.
—Todavía no me he instalado.
—¿Y tus cosas?
—Dejé mis valijas en el depósito del aeropuerto.
—Entonces quedate acá por unos días —propuso su sosías.
—No, gracias, no quiero molestar.
—Tenemos una habitación desocupada.
Antes de que contestara se oyó el llanto de un bebé.
—Parece que mi nieto ha despertado —dijo el falso Augusto amagando a pararse.
—Dejalo, papá, que yo lo traigo —dijo Laura deteniéndolo con un gesto.
Augusto quedó desconcertado, no tenía idea de que podría haber un nene, y encima nieto suyo.
Apareció Laura cargando al pequeño de rulos y cara de sueño, que en cuanto lo vio hizo una sonrisa y le dijo:
—Abuelo —estirando los bracitos hacia él.
—Bueno —pensó— al menos alguien me reconoce.
El otro dijo en tono alegre:
—Un mes enseñándole a decir abuelo y al primero que se lo dice es a Robertito.
Se asombró al descubrir que el comentario no le había molestado. No le caía tan mal el tipo.
—Si sigo siendo Robertito —pensó— podré quedarme con ellos sin conflictos.
Laura le permitió cargar al bebe, que se llamaba Augusto, como el abuelo, pero lo llamaban Gusti para diferenciarlos.
Después de la comida lo invitaron a ver la huerta familiar que tenían en el fondo de la casa.
Apenas escucharon el timbre cuando sonó, y no le hicieron caso a Román cuando fue a atender. Volvió a los pocos minutos, un poco pálido y un poco divertido.
—No vas a creerme papá —le dijo al otro mirándolo a él de soslayo —, pero afuera hay un tipo que dice ser el primo Robertito.
Toto14 de diciembre de 2014

4 Comentarios

  • Sonoridario

    Momentos inolvidables. Un saludo, buen desarrollo del texto.

    15/12/14 08:12

  • Jeanpauljean

    SALUDOS AMIGO..QUE GUSTO VOLVER A LEERTE...

    15/12/14 11:12

  • Toto

    SONORIDARIO un honor recibir tu comentario. Te envío un abrazo

    16/12/14 01:12

  • Toto

    JEANPAULJEAN Gracias, me alegra volver, que pases por mis letras y me dejes tu opinión y tu saludo.

    16/12/14 01:12

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