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El Semáforo


El quiltro se acercó moviendo la cola, pero al ver que no recibiría la acostumbrada galleta, oliendo invisibles rastros sobre la calzada.
El reloj había marcado las siete de una oscura tarde de invierno. Me acerqué al semáforo de Avenida Independencia con Poeta Pablo Neruda, en esta ciudad que me adoptó hace unos 20 años y realmente no supe qué pensar. Las luces multicolores hablaban de una ciudad pujante pero sin personalidad en la cual me encontraba inmerso.
Tres horas atrás había descubierto con estupor que me había enamorado, aún contra mi voluntad: ya que mi plan, antes que cualquier cosa, era terminar primero mi doctorado y luego encontrar un trabajo decente.
Para peor, estaba casado y era padre de tres hijos adolescentes. Cuando abrí el ejemplar del diario para distraerme un poco, las primeras gotas de lluvia mojaron la primera plana de los avisos económicos. Quería extraviarme, perderme rápidamente entre arriendos y otro tipo de oportunidades para no pensar y tranquilizarme. Pero estas primeras gotas sólo anticiparon el diluvio que vendría después y yo, asaltado por el desconcierto, había olvidado salir con algo más protector que la simple chaqueta Príncipe de Gales que acostumbraba usar.
Desde mi primera juventud, cuando me enamoraba, acostumbraba perder la cabeza. Así sucedía siempre. Sin embargo, lo más difícil de todo no era haberme enamorado, sino cómo contárselo a mis padres ya viejos, a mi esposa y a mis hijos adolescentes, intentando atenuar un dolor que los golpearía a todos por igual. Y tenía que hacerlo, porque eso sí, nunca he sido un hombre de jugar a dos bandas. Sabía que todos sufrirían y que, ciertamente, no era responsabilidad de ninguno de ellos.
La lluvia ya comenzaba a aglutinar mis cabellos dejando al descubierto una incipiente calvicie, la que con seguridad se iluminaba alternativamente de verde, amarillo y rojo. El agua caía y yo, sin el menor resguardo, permanecía bajo el semáforo, inmerso en mis cavilaciones, intentando descubrir qué es lo que había pasado entre mi esposa y yo. Entre mis hijos y yo. Qué gran distancia es ese silencio paulatino que promueven años y años de reiteradas tareas sin sorpresa, de obligaciones cumplidas religiosamente y que nos coge un buen día, desprevenidos, convertidos en hombres extraños, ajenos, instalados cada cual a uno y otro lado del enorme precipicio que es la rutina.
Pero ya ven, me había enamorado. Se podría decir que fui conducido a ese encuentro por la mano de un destino saltimbanqui, intruso e irresponsable, que comenzó a jugar con mi predecible, honesta y tremendamente aburrida vida citadina. Estaba en la oficina una mañana hace seis meses y me habían enviado vía e-mail un informe que esperaba, pero por diversas circunstancias, el texto no llegó completo. Ese error me obligó a llamar a la oficina del remitente. Fue entonces cuando me sorprendió una voz extremadamente atractiva, que me saludaba al otro lado del auricular. Como el error no pudo ser resuelto telefónicamente, me ofrecí para arreglarlo en forma personal.
Ya en la oficina del proveedor comprobé que a la voz tan atractiva, se le sumaba un cuerpo extremadamente delgado. Se notaba un cuerpo cuidado tras horas de ejercicios en gimnasios y centros de belleza. La fluidez y riqueza léxica de su trato me cautivó inmediatamente, además del hecho que portaba un antiguo ejemplar de “Los cardos de Baragán” del autor rumano Panait Istrati. Yo lo había leído hacía muchos años atrás, por lo que intuí que se trataba de una persona de gran sensibilidad.
No me equivoqué, aunque su retraimiento natural fue un abismo que me sedujo más, sin proponérmelo. A los pocos días comencé a imaginar conversaciones y decenas de situaciones que abarcaban todos mis anhelos.
La situación no despertó mayores sospechas en mí, porque nunca había experimentado ningún tipo de íntimo acercamiento con otra persona que no haya sido mi esposa. Inteligente y de buen gusto por la lectura, se me presentaba como un interesante prospecto de amistad, de tertulia y, tal vez, algunos inocentes tragos. Fue por eso, que inventaba las excusas para acercarme cada vez, con mayor frecuencia, a la oficina del proveedor.
Sin embargo, poco a poco, sin darme cuenta de ello, se fue convirtiendo en parte de mi alma. Ya no me conformaba con estar sin su presencia. Me fascinaba escuchar la pasión que ponía cuando hablaba, como un verdadero revolucionario bolchevique, acerca de la pobreza extrema que experimentaba el protagonista de “Los cardos de Baragán”, porque rápidamente encontramos el conjunto de pretextos para reunirnos con frecuencia a compartir un vino tinto o un trago y conversar de literatura, de la vida misma, de las de los otros y, lo más importante, de nuestras propias vidas que comenzaban a jugar a necesitarse.
Pero ahora estaba bajo el semáforo, expuesto a la lluvia y a toda la vida que amenazaba con desmoronarse y caerme encima. Además, para profundizar mi desasosiego, me sentía flotando a la deriva entre la educación tradicional y casi victoriana de mis padres, enfrentada a mi seudo modernismo. Pero aún definiéndome como modernista, un hombre actual, no hallaba cómo decirlo, cómo contarlo todo para liberarme definitivamente.
Golpeé con la punta del zapato una lata de cerveza que se quedó flotando en medio de un charco, junto a la cuneta, con su alcantarilla tapada de papeles de helado y algunas hojas amarillentas de los plátanos orientales cercanos.
“¿Habrá sido su dedicación casi exclusiva a los hijos y su pérdida de interés sexual?, ¿Habrán sido mis egocéntricos apuros, que hacían que cruzara rápidamente el terreno de los flirteos previos, los que fueron enfriando la magia que alguna vez vivimos?”.
Estaba enamorado como nunca de un amor prohibido. Mi corazón palpitaba como no le ocurría hacía muchos años.
Por largo rato estuve yo allí, mojándome bajo el semáforo, buscando la forma de aceptar las circunstancias. Era difícil saberme sorprendido. Sólo mirar su cuerpo rozagante de juventud me hacía sentirme joven, encandilado. A la vez, sabía que no podríamos caminar por las calles, juntos. Yo era un respetado padre de familia, iba a la iglesia los domingos y, también, había comenzado con un hobby. Por eso tal vez no me atrevía a dar otro paso y permanecía allí, bajo el semáforo de Avenida Independencia con Poeta Pablo Neruda.
Sin embargo, el tránsito de la Avenida era sólo el pretexto, porque la calle no era el impedimento real, sino la presión de mi reducido núcleo social y mis miedos. La lluvia arreciaba y las gotas que caían sobre el semáforo salían disparadas hacia todos lados convertidas en diminutas flechas de colores. Algunas me caían encima porque no me atrevía a dar un paso más, porque tal vez el límite estaba dentro de mis propias convicciones y de lo que alguna vez quise construir. Estaba a punto de echarlo todo a perder o de decidirme a recorrer un camino maravilloso, el camino de un amor desconocido. Tal vez el límite era precisamente ese y me hacía callar, que a mis 48 años, me había vuelto a enamorar, pero esta vez, de otro hombre solitario, como yo.

FIN
Unsilencioquenocalla19 de enero de 2009

5 Comentarios

  • Diesel

    Muy bueno el texto Unsilencio. y sorprendente el final que al ser descubierto explica el porqu? de tanto temor a los prejuicios familaires y sociales. Genial de verdad. Yo lo guardo en favoritos.

    19/01/09 12:01

  • Zochi

    Excelente trabajo, Silen. A decir verdad, yo intu?a que iba por esos lares el desenlace de la trama, je, je... Pero eso no le resta m?rito alguno. Nuestras sociedades son hip?critas y no ven con buenos ojos lo que se sale de las convenciones impuestas por la manada.

    Lo mismo que el compa?ero Diesel, me lo llevo a favoritos por la calidad que tiene.

    ?Abrazos para vos!

    19/01/09 03:01

  • Unsilencioquenocalla

    Pues, muchas gracias Diesel y Zochi. Sus palabras son la retribuci?n que se necesita para seguir en esto.

    19/01/09 04:01

  • Mejorana

    Qu? buen texto Silencio. La vida nos da sorpresas que ni la imaginaci?n m?s calenturienta se atreve a so?ar.
    Siento tu relato como algo completamente real.

    19/01/09 07:01

  • Unsilencioquenocalla

    Bueno, pues, Mejorana, este ser? el cuento que de la bienvenida a mis lectores en la edici?n de mi primer libro en papel. Ser? un peque?o conjunto de cuentos de las m?s variadas caracter?sticas.
    Espero me vaya bien.

    19/01/09 07:01

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