TusTextos

4:45a.m.

Caminé ese día a la parada de autobús, aún era muy temprano para que pasara el primer transporte, así que opté por sentarme y esperar. La niebla esa mañana, muy espesa, dificultaba enfocar cualquier cosa que se acercara a más de 10 metros de distancia. Justo en ese momento, de entre el borroso panorama, apareció una figura delgada y pequeña. Se acercó un poco más y pude visualizar, lo que a simple vista era un niño de 6 años, pero en realidad era un duende. Se sentó junto a mí en la parada de autobús, tomando su sombrero con sus manitas y descansándolo sobre sus delgadas piernas. Su ropa no era característica de un duende, era la de una persona normal, pantalón negro, camisa oscura, chamarra de piel café y zapatos de agujetas de punta achatada . Pero lo que delataba a mi acompañante como duende, eran sus orejas puntiagudas, la boca un poco torcida y una nariz ganchuda. Sus cejas exageradamente pobladas lo hacían ver temible y mal encarado. – Buenos días – dijo con voz ronca. Contesté el saludo con un dejo de somnolencia. Debía llegar a una hora muy temprana al trabajo, por lo que tuve que madrugar ese día. Su voz, a pesar de tener el aspecto de alguien furioso, era ronca pero con un tono suave.

Era muy temprano aún y no había señales de algún tipo de transporte. Para no aburrirme, hice un recuento de los quehaceres del día en la oficina. También pensé en la nueva practicante, que fue asignada por mi supervisor a mi área. Las intenciones libidinosas contra la chica, eran evidentes. Era atractiva ante cualquier ojo, no una chica común. Su eterna sonrisa al hablar, provocaba el enamoramiento inmediato ante cualquier solitario, como yo, al igual que mi supervisor.

Distrayéndome de mi deleite mental, mi acompañante se exaltó un segundo al escuchar el motor de un vehículo que se abría paso entre la niebla. Pero fue indescriptible mi horror, al ver que no era un autobús ordinario, era un autobús rojo; sin nada escrito en él, ni rutas, ni destino, pero no tenía un conductor que lo guiara. Mi compañero parecía tener la misma expresión que yo, si pudiese verme a un espejo y comparar. Ambos observamos el autobús pasar, que no iba rápido, sino avanzaba por jalones que haría un automóvil descompuesto. Desapareció en la niebla.

Para distraernos del miedo, intenté entablar una conversación con el duende, éste respondió con amabilidad, pero no podía dejar de pensar en aquella intranquilizadora visión. Yo tampoco.

Viajero22 de febrero de 2013

Más de Viajero

Chat