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Una Historia Sin Nombre... (cap.5)

El infinito horizonte regalaba una caricia naranja a las caras de cuatro hombres de apariencia bruta, les daba la oportunidad sagrada del recuerdo en sus mentes y sus corazones los acogían con suspiros interminables. El aroma salado del mar recorría sus cuerpos mientras meditaban la eternidad de sus vidas. Un mar tan placido prometía un día perfecto. La melancolía del recuerdo de sus familias, de sus vidas en tierra, la mujer que dejaron en puerto. Incluso Y recordaba las palabras del doctor: “el corazón no es generador de sentimientos, es el soporte para tolerarlos y canalizarlos”.

Su rostro iluminado al igual que sus compañeros contemplaba el sol naciente…

Años atrás:

- Es necesario que le entregues esta carta a la señora, no dejes que la lea sola. No sabemos como puede reaccionar.
- Esta carta es…
- Si es del campamento del Coronel X. son noticias terribles. Aunque es nuestro deber entregarla, no debes permitir que la noticia le caiga de golpe.
- Pero…
- Eres su lacayo, no? Haz tu trabajo…

El lacayo tomo la carta atónito, se despidió del militar mensajero y lo vio alejarse de la puerta de la Mansión X. Se sentó por unos minutos en una banca barnizada en el pórtico. Meditó, conjeturó e interpretó las reacciones de la Sra. X. aplazaba el momento ineludible.

Había sido un buen día, las tareas habían sido fáciles ese día. Los encargos fueron breves y las recomendaciones eficaces. Era un buen día.

- vámonos, tengo que ir al municipio, luego a la oficina postal y a casa de la Sra. Antonia. – decía la Sra X. cuando salía de la casa precipitadamente. Caminaba mientras arreglaba sus guantes.
- Señora…
- Vamos! Que esperas, anda ve por el carruaje. – no quitaba la mirada de los papeles que tenia en mano.
- Señora X…
- No me salgas con pretextos, no te he gritado hoy porque estoy de buen humor, no me hagas cambiar de parecer!
- Angela!...

Un silencio terrible cubrió el rostro pálido de Y, pero no era por su falta, al llamar su propietaria por su nombre, era porque la reacción en ella no era la que había premeditado. Ella contemplaba el camino, como esperando algo.

- Lo ví – dijo – vi al mensajero, nunca mandan otro soldado a dar una noticia, no? Solo cuando… - un trago amargo de realidad recorrió su delgado cuello y lagrimas reflejaban la luz del sol de mañana.

Durante todo el viaje, ella no soltó el brazo de Y. Estando en el carruaje ella le susurró

- Dices mi nombre una vez más y te mando a vagar por el mar...

Viajero05 de abril de 2010

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