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Et Circenses (reescrito)

Desde el centro de la tiniebla se alcanzan a ver solamente, las difusas barras que privan a los gladiadores de la paz onírica del olvidado afuera. Debajo batallan y se retan. Vispanio, de cara tupida en vello y en ira levanta la voz: “Será, Gratio, vuestro rostro el que allane este suelo y vuestra sangre el que le riegue, de otra forma, la pitonisa habrá trocado la verdad, y mejor que yo sabes que esta no miente.” El otro, de muslos calientes y corazón cansado se jacta: “Más será vuestra cobardía la que os engaña, que la noche pasada un demonio me visitó en sueños, encadenado y rogándome concederle libertad. Fue a cambio que reveló el secreto, de que este será lecho de vuestra muerte.” Vuelta la lucha al tronar de espadas y al jadeo sin palabras, el aire se enturbia de un hedor impío. En este los dos orgullos se requiebran y comprenden la revelación de cada otro. Presente está la bestia, tributo de los reinos que conquistó el César, que volverá certero lo soñado por ambos, que ya se acerca y menos precisa de profetas que de dientes.
Abrahamsaucedocepeda20 de mayo de 2009

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