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Dualidad

Ese amor arquetípico: las rosas más rojas de San Valentín; una velada bajo la luz eléctrica de la Torre Eiffel, prometerle la luna a las ruinas de Roma; el otoño frente a un estanque donde la claridad riela en el agua, a la par que los latidos de dos jóvenes ávidos de amarse…
Esa crisálida que no eclosionó en mariposa y pereció entre la primavera y el verano, entre una orgía de flores y los campos dorados de trigo.
Ese amor negligente y punzante: esnifar el invierno sin bufanda, apático, con cicatrices en el aliento y parches en un hígado decrépito, cuya única misión es que el presente logré escapar de esa neblina insana, enferma, que ronda el pensamiento y acecha en el duermevela, ante una almohada que parece piedra, huérfana de sueños, con musas a medio esculpir y demonios de sonrisa persistente.
Esa calle de Madrid, húmeda, fría, solitaria sin más vida que las farolas, los gatos que a medianoche son espectros y cenicientas que no olvidan su zapato. Esa calle que antes no era calle, sino avenida espléndida, llena de rincones donde escarbar, donde cualquier trozo de hojalata evoca al oro y las bolsas de basura al algodón dulce; ese filtro anestésico que forman dos garfios, que por capricho se enredaron.
Esa moneda al aire: suspiras por una cara. El destino sopló cruz.
Adrielegance12 de marzo de 2014

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