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El Oficio de Perder

El sonido punk vertebraba mi subversión a medida que el invierno decidía menospreciar la hinchazón de este corazón harapiento que siempre necesitó de saberes metafísicos para saborear la libertad. El reloj era soplo de un tiempo fariseo y nada misericordioso. Mi erario vitalista residía en la soledad y en el conocimiento de saberme humano, purpúreo por dentro y humano por fuera, como un anciano quejoso que no acepta su vejez ahora que la escarcha de los años rasga su debilitado cuerpo. Actualmente los amantes del sonido revelador somos menos subversivos y la claridad de las palabras no tienen nada que ver con la luminiscencia de los corazones.

El ser humano se crispa de sobremanera y se va convirtiendo en un psicópata de sí mismo que grita lejos de la elemental sensación de sentirse a gusto, de caminar en pos de un horizonte misericordioso donde quepan las palabras que no pronunciamos por miedo al abandono, o a las críticas que no tienen razón de ser. La marea negra va en aumento y la desdicha deja huella de acero y alquitrán. El ojo que todo lo ve discrepa abiertamente con su criatura y la mecha del cambio ya ha sido malinterpretada. Todo se mueve y se remueve para el individuo que no ve nada provechoso en una crisis, ni en una puñalada por la espalda, a medianoche, después de haber asistido al concierto donde la mujer amada durante toda una vida decide irse al catre con el maromo que posee la cicatriz más elegante, electrizante y metódica (perder gratamente para ganar un poco más de erudición). Supongo que cualquiera puede ser un buen ganador, pero casi nadie puede llegar a ser un flamante perdedor. "Psycho Killer" retumbaba en mi acribillada cabeza justo en el momento en que las nubes eran espolvoreadas con los desperdicios de un avión que se dirigía a Londres, tal vez, a Dublín o Belfast, lugares que poseen etapas de existencia que jamás podrán palpitar en mi ser.

En otro momento averiguaré dónde se esconden las medallas que les roba el destino a las personas que lo hemos dado todo por un minuto más de entusiasmo, de energía que hace vibrar a los cuerpos opacos. Mientras tanto, como un giro de párpados maltrechos a causa de una época iracunda, Charles regresa de su letargo, narcotizado por el poder de la poética, y recita con suma desobediencia: "haz como el toro en la primer embestida, y recuerda a los perros viejos que pelearon tan bien: Hemingway, Celine, Dostoievski, Hamsun. Si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas como te está pasando a ti ahora, sin mujeres, sin comida, sin esperanza... entonces no estás listo. Toma más cerveza. Hay tiempo, y si no hay, está bien igual…" Pues eso, que el oficio de perder es el oficio de seguir viviendo e insistiendo.

Alexandervortice12 de enero de 2013

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