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Cartas de Amor En la Distancia 13

A la mañana siguiente bajó a desayunar temprano para salir a primera hora a casa de Esther. Vivía a una hora de distancia y quería pasar el día con ella. Eso significaría estar un día más recogiendo cosas y vaciando la casa y tener luego que trabajar un fin de semana extra en la oficina, pero merecía la pena. Frunció el ceño cuando llegó a la cocina y se encontró con Eulalia, que estaba ya tomando su primer café.
-Buenos días, Eulalia. Ayer me olvidé de decirte que iré a ver a la Tía Esther.
Su hermana la miró con desgana mientras mordisqueaba su tostada. Iba todavía en bata y a aquella hora de la mañana, sin maquillar y con restos de sueño en su cara, representaba todos sus años y más.
-¿Es que está enferma?
-No, no está enferma. Es decir, ya sabes lo de su corazón, pero no está peor, si te refieres a eso.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-¿Qué por qué tienes que ir a verla?
-No tengo que ir a verla-le rebatió, enfadada; aunque en su interior reconociese que el egoísmo había sido lo que la empujó, independientemente de que ahora necesitase darle un abrazo. Voy porque quiero. ¿Has olvidado que para Mamá era como una hermana?
-El caso es que no eran hermanas. Y ella no es nuestra tía. Considero ridículo que la sigas llamando Tía Esther. Estaba bien cuando éramos pequeñas, pero ahora…
No contestó a su hermana, se limitó a mirarla con desagrado. Y ella, que la conocía bien, tampoco insistió. Acabó su café en silencio y salió de la cocina encogiéndose de hombros. Isabel se sirvió un café con leche y se hizo un zumo de naranja. Se había abrigado, porque hacía frío por las mañanas. Llevaba unos leggins con un jersey grueso encima y botas forradas de piel. Se había recogido el pelo en una coleta, como en sus tiempos de estudiante, y no se había maquillado. Al salir se miró en el espejo del vestíbulo y le pareció atisbar detrás de su imagen el rostro de Mamá, sonriéndole. Ella aprobaba que visitase a su tía.
-Sí, Mamá-musitó en voz baja. Nunca se debe olvidar a los que queremos. Lo recuerdo.
Hizo el camino con tranquilidad; la carretera no era buena y estaba helada. No confiaba del todo en el coche pero sobre todo no confiaba en su manera de conducir. Gabriel nunca le permitía que lo hiciese cuando iban juntos, porque le decía que siempre iba pensando en las musarañas y se despistaba. Eran casi las diez cuando aparcaba el coche en la calle arbolada, justo delante de la casa de Esther. Tocó al timbre y después de un buen rato apareció la anciana, sonriente como siempre, y la envolvió en un cálido abrazo. Olía a lavanda, y a ella se le llenaron los ojos de lágrimas porque sintió que, de alguna manera, su madre la abrazaba también. Se apartó ligeramente para verla mejor. Tenía buen aspecto, aunque había adelgazado algo. Pero sus ojos, verdes a veces, marrones en otras ocasiones, según la luz y su estado de ánimo, seguían siendo hermosos y brillantes. Y su sonrisa era igual de ancha y franca, aunque su rostro tuviese muchas más arrugas que cuando ella era pequeña. La tomó de brazo y la llevó hasta la cocina.
-Y bien, mi niña, ¿cómo estás tú y como están todos los demás?
-Yo estoy bien, tía. Y los demás, pues como siempre. Carlos y Blanca felices y contentos, ya sabes, esos dos mientras estén juntos…Y Eulalia, quejándose de su vida y haciendo más difícil la de los demás.
La anciana sonrió. Conocía a cada uno de los hijos de Natalia como si fuesen propios. Y en cierto modo, lo eran. Su único hijo había muerto a los tres meses, y entonces ella se volcó en los de su amiga. Había tenido un embarazo tan complicado que incluso vida había peligrado y su marido no le permitió volver a arriesgarse. Y por eso ahora miraba a Isabel como la hija que nunca tuvo pero que en cierto modo sentía como suya.

Esther le propuso que fuesen a la sala y se sentasen cómodamente; quería ponerse al día de todas las novedades; así que Isabel se adelantó llevando una bandeja con café. Al sentarse en el sillón orejero echó un vistazo a la habitación. No había cambiado nada; estaba como la última vez que ella había pasado unos días con su tía. El mismo color verde manzana en las paredes, los mismos visillos blancos, algo más viejos; la misma alfombra en tonos dorados, hasta las mismas fotos en los marcos; su difunto marido, Natalia y Esther, sus hermanos y ella en distintas etapas de la infancia y juventud. Se le llenaron los ojos de lágrimas y de remordimiento al pensar que la habían mantenido en el olvido demasiado tiempo. Sus propios problemas con Gabriel y el trabajo habían hecho que la apartase momentáneamente de su vida. Se hizo la promesa de remediarlo.
-¿Y cómo está tu Gabriel?-le preguntó la anciana, como si adivinase en lo que estaba pensando.
-Está bien, tía. Aunque creo que lo que tú quieres saber es si hemos arreglado nuestros problemas.
-Eres igual que tu madre, siempre sabía lo que pensaba y como era tan directa, no me dejaba pasar ni una. Pues sí, soy una vieja cotilla y quiero saber si al fin has echado de su vida a su ex mujer.
Isabel se encogió de hombros, en un gesto de impotencia, fastidio, resignación.
-Nunca estará del todo fuera de mi vida puesto que Gabriel y ella tienen un hijo y es un lazo que nunca terminará. Desde que tuvimos aquella memorable pelea que supongo que Mamá te ha contado con pelos y señales, él ha puesto unos límites y al menos de momento creo que se cumplen. Pero siempre estoy en guardia, tía, creo que me falta algo imprescindible, que es la confianza.
Esther bebió un sorbo de café, paladeándolo, y después de dejar la taza sobre la mesita, se recostó en el sillón, cerró los ojos un instante y mirando fijamente a Isabel, habló de manera sosegada.
-Tienes razón, yo también creo que te falta la confianza.
Se detuvo, deteniéndose en mirar a través de la ventana que tenía enfrente, desde la que veía la calle arbolada, y luego sus ojos parecieron pasear por toda la habitación para acabar deteniéndose nuevamente en la joven.
-En ti misma es en quien no confías, hija, y ese es el mayor problema. No te valoras.
-No es verdad-se apresuró ella a defenderse
-Claro que lo es. Tú lo disfrazas de otra manera, pero el problema es que no te sientes digna de cariño y por eso no dejas de castigarte. Y juraría que ese también es el motivo de que no te quedes embarazada.
Isabel se sintió molesta, y se levantó de su asiento con el pretexto de ir a buscar su bolso, que había dejado en el velador de la entrada; aunque en realidad lo único que quería era serenarse antes de enfrentar de nuevo la mirada de Esther.
-Ahora en vez de maestra, eres médico-se burló
-No, hija, pero soy vieja y se más que tú de la vida y de los sentimientos. Desconfías de ti misma y no estás tranquila y le transmites también a él inseguridad. Cuando te mires al espejo y te digas a ti misma que vales mucho y que te quieres, él te verá también de otra manera y no te temerá.
-¿No me temerá? Gabriel no tiene miedo de mí. Tú desvarías.
-Tú di lo que quieras. Pero él tiene miedo de herirte, de contarte cosas cotidianas de su hijo y de su madre porque teme que tú le acuses.
-Pero se acostó con ella. Eso es una realidad.
-Efectivamente. Pero lo confesó. Así que aprender a perdonar pero sobre todo a olvidar. Y entonces todo irá mejor y seréis felices.
Beth14 de octubre de 2011

10 Comentarios

  • Laredacción

    Esta Esther parece muy sabia...¿Lo sabrá todo?

    14/10/11 01:10

  • Beth

    Todo, todo...igual no. Pero se trata de que nos deje unas pistas, ¿no?

    14/10/11 01:10

  • Vocesdelibertad

    Esther se tiró con todo, en uno de mis comentarios lo dije, hay que llamar las cosas por su nombre. Aunque a decir verdad no me termina de gustar Gabriel .

    14/10/11 05:10

  • Beth

    Pues a mi...me gusta a medias; a veces si y en otras ocasiones me parece que le odio

    14/10/11 05:10

  • Endlesslove

    "Nunca se debe olvidar a los que queremos".
    y acerca de la tía Esther , cuantas verdades ha dicho, la falta de confianza en uno mismo se transmite, pero igual que voces le tengo mi cosita a Gabriel 8 que duras somos , no sabemos olvidar ) jeje

    15/10/11 02:10

  • Beth

    Bueno, a veces hay que tener un puntito de dureza para que no nos dañen mucho. La Tía Esther es muy sabia; se parece a una persona que conozco y a la que quiero mucho

    15/10/11 03:10

  • Serge

    Beth:
    "Cuando te mires al espejo y te digas a ti misma que vales mucho y que te quieres, él te verá también de otra manera y no te temerá".

    Como se dice más sabe el diablo por viejo que por diablo. Amita, me encanta Esther.

    Serge.

    24/10/11 08:10

  • Beth

    A mi también Alteza. De hecho le he puesto el nombre de mi mejor amiga

    24/10/11 09:10

  • Danae

    Muy buenas las observaciones de Esther respecto a la falta de confianza de Isabel, incluso a la desconfianza de ser realmente digna de ser amada. Muy sabia esa tía.
    Un enorme abrazo.

    05/11/11 04:11

  • Beth

    La Tía Esther tiene la sabiduría que dan los años

    05/11/11 05:11

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