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La Real Orden de Las Perdularias 20

Se dirigió al mostrador de recepción e hizo todos los trámites del registro rápidamente. No habían pasado ni cinco minutos cuando ambos estábamos ya en el ascensor, un modelo antiguo, de forja y rica madera tallada, que me retrotrajo a otros tiempos, más pausados, más sencillos y quizá mejores que los actuales, aunque fuese consciente de que cada uno de nosotros debe adaptarse al tiempo que nos toca vivir. Me dejó totalmente impresionada que en vez de la tarjetita de rigor, hubiese una llave como Dios manda para abrir la puerta, una preciosidad de puerta, por cierto, de pesada madera de teca, labrada con pequeños motivos vegetales. La llave era de hierro, bastante grande y, como detalle curioso y encantador, enganchada a un lazo rojo. Alexander y yo nos mirábamos, pero ninguno de los dos pronunciaba palabra. Parecía que ahora que no había teclados, pantallas o teléfonos por medio estábamos como sobrecogidos y tomando nota de la presencia el uno del otro. Tenía más canas de lo que yo recordaba y su apariencia era distinta, quizá porque nunca le había visto con gafas. La habitación era la que yo hubiese soñado de haberme dado permiso para hacerlo; una cama alta y ancha con un cabecero de forja blanco, con intrincados dibujos; un edredón de pequeñas flores, tan mullido que invitaba al descanso; y la moqueta en suaves tonos vainilla, acorde con el papel pintado en discretas rayas de la pared. Alexander dejó las maletas en el suelo y ambos, todavía sin decir nada, nos sentamos en el pequeño banco tapizado en seda de un delicado color malva, a los pies de la cama. Cogió mis manos entre las suyas. Me agradaba su tacto; yo siempre tengo las manos frías, pero su piel era cálida y acogedora, como una caricia leve que poco a poco me iba rozando. Se sacó las gafas, que quedaron colgando de su pecho, suspendidas de un fino cordón. No recordaba que sus ojos fuesen tan grandes ni sus pestañas tan largas. Y ahora me daba cuenta de que no eran negros, sino de un tono marrón que cambiaba según la luz, y en ocasiones, como ahora, era del color exacto de la miel de los panales, con chiribitas doradas que chispeaban al mirarme. Tampoco recordaba que su boca fuese tan carnosa…En realidad hasta que empezamos a hablar tenía la extraña sensación de estar ante alguien desconocido. Fue su voz dulce, suave, apenas con un ligero acento indefinido, la que me hizo sentirme segura e impidió que me levantase y saliese corriendo.
-No sabes cuantas veces he soñado con este momento-me dijo, acercándose más a mí.
No sabía qué contestarle, me limité a apretar un poco más su mano. Estaría pensando que era idiota o retrasada mental; tantas conversaciones telefónicas en las que le había contado hasta el nombre de las muñecas con las que jugaba de pequeña, y ahora no era capaz de hilvanar una frase medianamente coherente.
-No estés nerviosa ni asustada-me dijo, acariciando levemente mi pelo. Soy yo, tu Alexander, el de siempre. No tienes por qué tener miedo.
-No tengo miedo-repuse, aunque la voz que salió de mi garganta no podía reconocerla como mía, era demasiado ronca y temblorosa.
-Haces bien entonces-me contestó él, sonriendo y sin creérselo. Porque no soy el Lobo Feroz que se come a las niñas a la salida del colegio.
Negué con la cabeza, como una alelada.
-Ni yo soy una niña.
-Pues yo creo que si lo eres; una niña, la mía-musitó en mi oído; y una descarga eléctrica me recorrió la columna vertebral.
Madre del Amor Hermoso, si sentía esto solamente con su aliento cálido sobre mi rostro y el leve contacto de su cuerpo cerca del mío…no quería pensar…no, mejor no pensar. Había cerrado los ojos, como la cobarde que soy, cuando sus labios se posaron en los míos, suavemente primero y después con cierto apremio dulce que me hizo abrirme a su deseo.
No sé cuánto tiempo nos pasamos arrullándonos, pero el caso es que me encontraba muy bien entre sus brazos. Hacía ya mucho tiempo que nadie me abrazaba ni me besaba, hacía mucho tiempo que era solo la madre, la hija, la amiga, la compañera de trabajo, pero ¿a dónde había ido a parar la mujer? Seguía siéndolo, una mujer cuyo corazón latía y sentía, y anhelaba ser amada y deseada. No me atreví a seguir pensando, ahora no era momento de pensar, sino de sentir. Y era lo que hacía; estaba sintiendo como desde hacía mucho tiempo no me permitía hacerlo. Apenas nos habíamos despojado cada uno de su ropa de abrigo, una proeza que hicimos sin dejar de abrazarnos, cuando di un respingo al oír el sonido de mi móvil. No me acordaba de donde lo había puesto y fue Alexander quien lo encontró y me lo dio, sin un mal gesto, sin una mala cara que demostrase que la llamada, a todas luces inoportuna, le habia molestado. Incluso tuvo la delicadeza de irse al baño mientras tanto. Lo cogí tan enfadada que ni miré quien llamaba.
-¿Qué pasa ahora?-barboté, como una fiera.
-Buenas tardes...vaya humor nos gastamos. Es impotente, ¿verdad? Ya te lo había avisado. Vente de nuevo para aquí antes de que suceda una tragedia. Esos hombrecitos luego se frustran y sacan el cuchillo jamonero de la maleta antes de que te de tiempo a decir ay.
-Leo, vete a la mierda, y haz el favor de no volver a llamarme o el cuchillo jamonero lo usaré yo contigo.
-Pero ¿es impotente o no?
-Gracias a ti no hemos llegado demasiado lejos, pero ciertas evidencias me han demostrado que no, no parece impotente. Y es lo último que te voy a contar.
Le colgué de malos modos y apagué el teléfono, que es lo que hubiese debido hacer desde que salí de casa. Me retoqué el pelo delante del espejo justo cuando Alexander salía del baño, recién peinado y con una sonrisa.
-¿Tus amigas no se fían de mi?
-Espero que no hayas estado escuchando-le amonesté.
Se encogió de hombros, a la par que se sentaba en la cama y me atraía a su lado. Me abrazó de nuevo y el peso de sus brazos, el calor de su cuerpo al lado del mío me parecía lo más normal del mundo.
-Comprenderás que el baño no queda lejos y no puedo evitar tener buen oído. Quizá debiéramos probar, para que le puedas contar a tu amiga que estás a salvo conmigo, aunque no sea impotente.
Me puse colorada y fingí buscar en mi bolso un pañuelo que no necesitaba.
-Pero de todos modos, primero vamos a comer, ¿no? Hay ciertas cosas que sientan mejor con la siesta. Me he prometido a mi mismo devolverte a tus amigas en perfecto estado de salud y eso pasa por darte de comer adecuadamente. ¿Quieres que comamos en el restaurante de hotel o salimos a la calle?
A mi me daba igual, no sería capaz de comer mucho, así que poco importaba dónde lo hiciésemos. Como yo no le decía nada, resolvió él mismo la situación.
-Está lloviendo y hace frío, será mejor que comamos aquí en el hotel. Y además, luego si nos entra la modorra de la digestión, tenemos más cerca la cama...
Le eché una mirada hosca y él me miró con los ojos muy abiertos, como sorprendido.
-Acabo de decirte que nos echaremos una buena siesta. Yo he madrugado mucho y tú también pareces cansada.

Beth02 de mayo de 2012

10 Comentarios

  • Creatividad

    Bueno, bueno, este va despacito, despacito...con Alexander eh?
    My buen relato otra vez. Saludos

    02/05/12 05:05

  • Beth

    Para estas cosas las prisas no son buenas, ¿no crees?

    02/05/12 07:05

  • Creatividad

    jajajaja. Claro que si. Muy bonito el encuentro..

    02/05/12 10:05

  • Davidlg

    -No tengo miedo-repuse, aunque la voz que salió de mi garganta no podía reconocerla como mía, era demasiado ronca y temblorosa.

    jajajajajjajajjja ese si fue bueno... si ya sé que soy muy ácido pero el resto estuvo mejor.

    Lo que si no me esperaba era lo de la siesta jajajaja y tanto para ir a dormir un rato jajajajajjajajjaa me hiciste el día amiga o mejor dicho la noche. UN beso y buenos días!

    03/05/12 06:05

  • Buitrago

    En la linea, buen y desenfadado texto
    Un beso

    Antonio

    03/05/12 08:05

  • Beth

    Gracias Antonio. Otro beso para ti

    03/05/12 10:05

  • Febe

    Aqui estoy un poco retrasada en leerte, pero presente y me encanta seguirte en esta interesante trama.Un gran abrazo querida amiga.

    05/05/12 02:05

  • Beth

    Muchas gracias Febe,espero que te guste la historia de mis perdularias. Un abrazo

    05/05/12 11:05

  • Danae

    Todo un caballero sapiente y maduro, sí señor. Sabe como manejarse en las distancias cortas con una dama.
    Sigo, que cortar en este momento, como que no ...
    Un gran abrazo.

    22/05/12 06:05

  • Beth

    Al menos de momento parece que sabe...ya veremos

    22/05/12 07:05

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