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La Real Orden de Las Perdularias 26

Leo no me contestó nada, se limitó a bajar la vista. Es tan sencillo juzgar a los demás y pensar que tenemos el don de la desgracia absoluta y que solamente a nosotros nos pasan cosas dolorosas que eso nos hace incapaces de ver el sufrimiento de los otros. Tuve la suerte de tener una abuela muy dada a fábulas y refranes y siendo yo muy pequeña recuerdo que me contó aquella historia del sabio tan pobre que se alimentaba de raíces y se quejaba de su poca suerte, hasta que se dio cuenta de que otro hombre recogía lo que él iba desechando. Eso me enseñó desde muy pequeña que siempre hay alguien que lo pasa peor.
Y esa enseñanza me fue útil sobre todo en la enfermedad de mi hijo. Era muy tentador entonces dejarme caer primero en la rabia y luego en la autocompasión, aunque me temo que esto último mis amigas no me lo hubiesen permitido. De todos modos no tuvieron ocasión, porque yo me encargué de intentar verlo todo de manera positiva. Me imagino que Leo no tuvo la suerte de conocer a mi abuela.
Aquel primer escollo estaba salvado y cuando me despedí de Leo y Sara Patricia sentí la paz del trabajo bien hecho. Ahora tenía por delante un fin de semana para pensar en Alexander, en sus hijos, en nuestra complicada situación; en mi propia familia a veces tan lejana…Quizá eran demasiadas cosas en las que pensar para tan poco tiempo.
Cuando puse la mesa con un solitario plato y una triste ensalada pensé de nuevo en cómo odiaba comer sola. Siempre me había gustado reunir a toda la familia en torno a la mesa y a una buena cena y ahora de aquella familia que un día yo había creado, ¿qué quedaba? Nada, esa era la triste realidad. Un hombre con el que había compartido la mitad de mi vida y con el que ahora apenas hablaba, a menos que fuese estrictamente necesario; una hija que me seguía culpando por haber tomado yo la decisión de separarme de su padre, y un hijo que me reprochaba todo cuanto de equivocado pudiera haber en su vida. Y ahora que llegaba una persona como Alexander, que parecía emanar luz y calor y me ayudaba a reconciliarme conmigo misma, sentía miedo de sentir y en ocasiones pensaba que lo más cuerdo sería no continuar esa relación antes de que algo se estropease y me hiciese daño de nuevo.
Aquella noche dormí mal, a pesar de mi cansancio y cuando me levanté decidí que ya estaba bien de vivir como un eremita, simplemente del trabajo a casa y de casa al trabajo. Tenía que airearme, salir, ver la vida frente a frente y no desde la ventana. Dudé si llamar a alguna de las chicas, pero al final pensé que no sería conveniente. Estaba triste todavía y de mal humor, no era buena compañía ni para mi misma, así que las dejaría que pasasen un domingo tranquilas.
Cuando bajé en el ascensor hasta el garaje me acompañaba la misma sensación de siempre; sé que es algo totalmente irracional, pero me muero de miedo dentro de cualquier parking. Me tiemblan las piernas, me suda la nuca, siento escalofríos y un ardor en el estómago como si tuviese una úlcera sangrante. Y para acabar de ponerme nerviosa me percaté con terror de que el mando a distancia no funcionaba y el portal no se abría. Por fin conseguí salir, bajándome del coche, abriendo con la llave y corriendo como alma que lleva el diablo para que el dichoso portal no me pillase en medio. Cuando llegué al final de la rampa ya estaba agotada y sudorosa. Pero respiré hondo intentando relajarme y a los diez minutos, cuando ya estaba saliendo de la ciudad, me encontré mejor, más ligera y con el ánimo de dedicarme el día a mi misma. Puse música e intenté disfrutar del día y del paisaje. Aunque hacía frío todavía, no llovía y apenas había nubes. Dudé hacia donde ir, y al final opté por visitar la tumba de mis abuelos en el pueblo de mi madre. Quedaba a unos cincuenta kilómetros, pero me venía bien conducir por aquellas carreteras casi vacías; era como vaciar la mente de problemas y centrarme en conducir, sin pensar en que haría con mi vida ni qué podría hacer por mis amigas o por mis hijos, o por qué cada vez me costaba más levantarme por las mañanas. Aparqué delante de la iglesia, cerrada a aquellas horas. Empujé la verja del cementerio. Por el camino me había detenido en un vivero de plantas que abría los domingos y había comprado un ramo de margaritas. Eran una de las flores preferidas de mi abuela, y las coloqué en el jarrón a los pies de la tumba, desechando las rosas mustias que tenía. Me molestó ver que el dinero que le pagábamos mensualmente a la florista del pueblo estuviese siendo desaprovechado y que se burlase de mi madre, y por ende, también de mí. Aquellas rosas llevaban allí más de dos semanas. Me quedé delante de las tumbas, con las manos en los bolsillos del abrigo, pensando en mis abuelos y en toda la calidez que habían aportado a mi infancia. Yo nunca he sido de las personas que hablan en voz alta en el cementerio; me parece algo totalmente innecesario; los muertos se hayan en una dimensión en la que no se necesitan las palabras para comunicarse; basta simplemente el pensamiento, el sentir, para enviarles a los seres queridos nuestros deseos.
En las afueras del pueblo había un restaurante al que solíamos venir cuando yo era una jovencita, con mis padres y mi hermano. Me pregunté si estaría abierto todavía. Y lo estaba, aunque con otro nombre, y con un aspecto muy diferente al que yo recordaba; pero allí seguía. Me senté en una mesa al lado de la ventana para tener una buena visión del río y la montaña al fondo. No me gustaba el cambio que le habían dado; antes era un restaurante familiar donde se servía comida casera y ahora lo habían convertido en un sitio de ambiente moderno, con platos de nombres extraños y porciones mínimas que costaban un riñón. Estaba algo arrepentida de la elección, pero era demasiado tarde para buscar otro lugar, así que pedí una sopa y un plato de pescado, aunque cuando me lo trajeron no vi el pescado por ninguna parte; supongo que estaría sepultado debajo de aquellas salsas y condimentos extraños. Estaba removiendo cuidadosamente con el tenedor y la pala el contenido de mi plato cuando entró una pareja y se sentó en la mesa del fondo. Había poca gente y me fijé en los recién llegados, que se habían sentado juntos y muy acaramelados. Pero…no podía ser. Juraría que conocía a ese hombre. Con disimulo me cale las gafas, porque soy miope y no me fío mucho de mi vista a cierta distancia. Si, evidentemente era él; ese bigote y esas patillas eran inconfundibles. Se trataba del marido de Luisa Fernanda, y la voluptuosa mujer a la que prodigaba atenciones y caricias no era mi amiga, sino su prima, la domadora de circo, nuestra recién incorporada Anastasia. Vivir para ver…¿qué se supone que debería hacer ahora?
Beth12 de junio de 2012

21 Comentarios

  • Creatividad

    Valla desplieage de relato tan agradable e interesante.Estas semana le ha tocado a Giomar contarnos acerca de ella, pero lo del parking....ya a partir de ahi, mi estomago empezo a danzar de la risa. Beth me, que bueno.

    La descripcion del momento en el cenmenterio con tus manos en el abrigo, como si te viera y el final, bueno! ahi ya empieza el tema! Muy bueno. Besitos.

    13/06/12 12:06

  • Beth

    Lo del parking...a Guiomar le pasa, pero a Beth también...temo esos sitios, siempre estoy esperando que la puerta no se abra o me acuchillen. Cosas de tener una imaginación calenturienta. Un beso de buenas noches

    13/06/12 12:06

  • Creatividad

    jajajaja!! Buenas noches encanto.....

    13/06/12 12:06

  • Lumino

    Me ha gustado, este capítulo. Ha sido un monólogo a la soledad del fin de semana. Sirve muy bien para conocer mejor a la protagonista. Saludos

    13/06/12 08:06

  • Beth

    Me parece que a la protagonista los fines de semana le vienen grandes Lumino. Saludos

    13/06/12 10:06

  • Nereael

    Estas perdularias son la bomba, no descansan ni en fin de semana. Me encanta esta mujer miope que se cala las gafas (yo hago lo mismo) y que es capaz de desentrañar en menos de 2 horas las complejas relaciones de familia, de amigos, de compañeros. Me encanta tu sentido del humor, Beth, lo de la comida en el restaurante me recordó un monólogo de Leo Harlem en "El club de la comedia". Voy a intentar insertarlo.

    Un beso, Beth

    13/06/12 07:06

  • Nereael

    13/06/12 07:06

  • Nereael

    Intento fallido. A ver si me deja poner el enlace, aunque sea:

    http://www.youtube.com/watch?v=SmFlGw1cFmE

    13/06/12 07:06

  • Beth

    Gracias Nerea. Es lo que tiene ser miope, que si no te calas las gafas no ves ni torta. A ver qué hace ahora con el descubrimiento de los cuernos de su amiga. Besos

    13/06/12 07:06

  • Danae

    Ufffffff, menudo papelón ... A ver lo que pasa, que ya se sabe, cuando una se pone en medio, recibe tortas por todas partes ...
    Ahhhhh, por cierto. Te he alcanzado, por fin, jajjajaja
    Un beso cariñoso.

    13/06/12 09:06

  • Beth

    Si, es que últimamente voy lenta, querida. Por cierto, hay una editorial en Florida que me ha publicado dos novelas y un libro de poemas, y puede...solo puede, que se atrevan con esta historia tan perdularia, si es que consigo acabarla. Así que...necesito que me ayudéis a ponerme las pilas. Un enorme abrazo y gracias por la lectura

    13/06/12 09:06

  • Danae

    Eso es una noticia extraordinaria, Beth!!! Raro, muy raro sería que no te publicaran además estas historias perdularias. Son geniales. Anda, ponte las pilas, que aquí te leemos, y sabemos lo que leemos.
    Enhorabuena, amiga.
    Un beso muy muy animoso, aunque creo sinceramente que con lo méritos de tu obra, pocos ánimos te hacen falta.

    13/06/12 10:06

  • Beth

    Ay Danae, yo soy la inseguridad en dos piernas y se necesita muy poco para derribarme. Aunque...siempre me levanto. Para mi es una ilusión, eso me basta. Mi madre y mi abuela, claro, están como locas. Y mis hijos...creen que la loca es la madre que les parió. Y supongo que lo que me da fuerzas es que hay una persona muy especial que me dice todos los días: "estoy muy orgulloso de ti". Y una, que tiene su puntito vanidoso, va y se lo cree. En fin...hay cosas que no se curan. Un beso muy grande

    13/06/12 11:06

  • Danae

    Pues esa persona bien puede decirlo, Beth, bien puede decirlo...
    Dicen que de ilusiones no se vive ...y en parte, es cierto ... pero lo tuyo ya trasciende eso ... Hay posibilidades muy reales. Así que palante, palante ...

    13/06/12 11:06

  • Beth

    Si, como los de Alicante

    13/06/12 11:06

  • Asun

    Beth, leo en los comentarios que te publican dos novelas, y poemas, y puede que estas perdularias. Vamos estás lanzada. Nada que el año que viene te espero en la Feria del Libro, y me firmarás los tuyos. No es tan raro, este año me encontré con un compañero de colegio. Y el jefe que tenía el año pasado también firmaba su libro de poemas.
    Así que tu puedes ser la siguiente, eso espero.
    Y por cierto lo de los garajes algo así me ocurre también a mi. Cuando entramos en cualquiera con el coche tengo que cerrar los ojos y volverlos a abrir una vez dentro. Y lo mismo al salir.
    Bueno pues ponte las pilas que tienes trabajo.
    Besos.

    14/06/12 04:06

  • Beth

    Menos mal que no soy la única que tiene fobia a los garajes, ya pensé que era un bicho raro.

    Bueno Asun, a mi la feria del libro...me queda lejos todavía. Me han publicado dos libros, los primeros que escribí, y un compendio de poemas. Ya está todo en Amazon. Pero...no corren buenos tiempos para la lírica, y no es una broma. En fin, que tampoco pretendo hacer best sellers. Es un alimento a ese puntito vanidoso y egocéntrico que a veces nos sale a la luz (aunque al mío intento meterle bajo tierra).

    Besos

    14/06/12 04:06

  • Elmalevolico

    woooow este giro nunca me lo hubiera esperado, no me imagino la cara de Luisa Fernanda. La historia aumenta la emoción a cada instante.

    Saludos!!! david!

    16/06/12 04:06

  • Beth

    Yo tampoco me lo imagino ¿David, sigues siendo mi David?. Pero estoy en ello, en imaginarla, porque a eso dedico el capítulo en el que ahora estoy trabajando. Así que haré un esfuerzo

    16/06/12 09:06

  • Elmalevolico

    Si amiga, sigo siendo tu David, tonto, necio y maltrecho pero sigo siendo... Te va a salir muy bien estoy seguro. =) saludos!

    16/06/12 06:06

  • Beth

    Pues me alegro de que sigas siendo mi David y no me lo hayan cambiado

    16/06/12 06:06

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