Hoy he escuchado la voz de un ángel, un verdadero y bello ángel de gracia y esplendor. Tal era su fulgor que cuando dejé de sentirlo, tan solo se escuchaba silencio, y la vista estaba nublada por la oscuridad.
Se adentró en mí, llenando de su magia inmaculada todo mi yo hasta llegar a mi alma, recorriendo realmente a mi alma. Cuando su voz pude escuchar, mientras esta atormentaba ya mi ser de una manera desconocida, un escalofrío recorrió enteramente mi cuerpo, como una empalagosa luz- casi una ensoñación-tortuosamente.
Su voz me parecía algo totalmente inhumano, inaudita. Era una música tan sumamente armónica que mi cuerpo no respondía a todo lo que sentía en ese instante.
Y ahora mismo se me encoge el corazón ante una voz tan espléndida, lágrimas de un amor casi platónico ante ese ángel de luz y poder, que intoxicó mi espíritu hasta convertirlo en suyo. Porque ahora mismo podría amar íntegramente esa voz impoluta, en un perfecto estado de perfección.
Canta ella Ave María, y su voz responde al canto que acecha en sus labios. Yo observo atenta ante su mirada y como su boca su mueve al ritmo de una música, prácticamente invisible únicamente tapada por su melodía impresa ya en la superficie.
Es una ópera incesante, de sentimientos unificados convertidos en uno mismo que ella tarareaba de una forma superior a cualquier otra, llenándola de una magnificencia melancólica, completándola consigo misma, para convertirla en más que una simple llamada; Se convertía en todo. En ti, en mí, en las nubes, en el cielo, en la propia vida, ocupando un cuerpo suyo al mismo tiempo.

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