Si algo aprendí de 2018 fue a tenerme. Nunca antes había entendido la necesidad de quererse a uno mismo, de tenernos y cuidarnos cuando nos hace falta.
En 2018 aprendí que el exterior no basta, que la mayoría de las veces ni sirve, porque no puedes buscar fuera lo que no tienes dentro.
Para ello es necesario que sepas quien eres, no cómo te llamas, sino quién es ese SER que habita dentro de ti. No escuches las opiniones ajenas, no le preguntes a tus familiares o conocidos, párate y escúchate a ti mismo. Para a la mente y escucha al corazón. El corazón no juzga ni pelea, él habla y espera, espera a que estés disponible para darte la información que necesitas, cuando sea, cuando toque, nunca cuando tu creas conveniente.
Del 2018 aprendí que todos actúan de forma perfecta en piel ajena, que sabios son todos mientras ellos no sean los protagonistas de la pelea, que no hay errores ni aciertos, pero que creerse sabio tira más por lo primero que por lo segundo.
2018 ha sido el año del cambio, sin ninguna duda. Pasar de escuchar fuera a escuchar dentro, de tener miedo a saber mirarle de frente, de oir y no hacer caso, de escucharme y hacerme caso. Es el cambio hacia el amor propio, hacia quererme con mis defectos y virtudes, de entender que no soy perfecta y de aceptar la realidad que en el presente reina.
2018, fuiste un antes y un después, fuiste esa oscura noche del alma que termina en un día soleado y las olas rompiendo en la orilla. Fuiste todo y nada, día y noche, negro y blanco, pero también fuiste todos los intermedios posibles, para enseñarme que nada acaba fuera y que todo empieza dentro.
