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Cono Maestro 5


Me dijiste que sería la última vez- irrumpe Marisela, con los ojos leves, tibios, redondos entre la sombra de las alcaparras. Cecilia aún apostaba a la gentileza, casi caballeresca de quien busca ahondar en alguien.
La noche revolcaba a ambas, con cordeles atómicos, las sumía inconcientes entre la blandura de sus tentáculos, imperceptibles incluso para el sentido mas fino. Ellas, que convertidas en estatuas de cerámica bajo la luna, en cualquier momento serían fundidas en su claridad feminoide.
No podría haber sido de otra forma Mari- abre su boca Cecilia en tanto Maricela detiene sus ojos, por dulces segundos en su boca mientras se pronuncia, su pecho se contrae y desea escapar y dejarla sola como sabiéndolo todo.
Somos dos puntos claves ahora en toda esta historia-las manos que se agitan distraen nuevamente a Marisela-no puedo dejar escapar esta única oportunidad, explicarte que hacemos aquí, por que la noche, y el sol que surcará nuestros canales mañana con su luz. Todo ha de ser así, de otra forma fallaremos...-Marisela la interrumpe quejumbrosa y exaltada- No...no tiene porque ser así siempre, odio los siempres y además llevas el control del sistema y estamos solas, cosa que no quieres aceptar en tu cabecita de mierda.-calmándose un poco- somos solo dos, y a veces estoy tan cansada..., lo que ocurra hoy, despues de las once...-se detiene, mira algun punto en la hierba azulosa- ya no quiero que sea mi responsabilidad.

¿Responsabilidad?, ¿de cuando que hablas como ellos?-Cecilia, con una línea sombría atravesando su cintura de leche, que en la forma de un hilo se deja ver apenas, entre la polera amarilla y los pantalones.

Tomaría todo el peso que cargas Marisela, pero sabes que no puedo, no puedo cometer error alguno

Si sólo hicieramos lo que se tenga que hacer, y de una sola vez.

Ya me imagino el procedimiento. Con los cuerpos latiendo por sí solos, la sangre fluyendo precisa entre sus vías tan perfectamente dispuestas, cada número funcionando sin falta, el álgebra de las ideas circulando, marcándonos el paso que ambas, sosegadas, amantes, seguiremos con la misma necesaria sumisión. Y estoy segura de que ésta soledad que sentimos ennegreciéndonos cuando estamos juntas, las dos como las letras de una orden superior, que podría bien ser un sí o un nó, y que no lo sepamos, que no sepamos siquiera que función del sistema entregue objetivo al espacio que ocupamos en éstos instantes pantanosos.

Debo empezar por besarla, eso creo. Lo he visto varias veces.

Seguramente no lo haga otra vez-los labios de Marisela tiemblan mientras las ideas se atropellan dentro de su cabeza cubierta de luna y canto de grillos. Cecilia toma el silencio necesario, Marisela corre por dentro, da vuelta en círculos, lanza todo lo que pilla contra las paredes, grita, salta y se lanza al suelo.

Cecilia se mueve.

Lentamente. Solo obedezco a su pecho plateado, al escudo de huesos, a la dureza de su concha que me llama a besarla, a quemarla con mi saliva, disolverla hasta que la tierna perla vislumbre entre el escándalo.

Los brazos de Cecilia se apoyan como un gran portal por el que entra Marisela de apoco, que sentada con los ojos cerrados, con el cuello palpitando, blanco y nuevo, busca escapar del primero de tantos besos pacientes que le dará Cecilia sobre su pecho toda la noche.

Del primer beso, nace un efímero cordón cristalino entre el labio inferior y la unión entre ambas clavículas. La noche piensa- medita Marisela, con los brazos y las manos relajadas, apoyadas en los codos- Piensa, piensa en la luz que despedimos cuando le arrancamos el corazon a las cosas y lo que está detrás de las cosas, piensa en el Cristo que llora, desesperado en la cruz que marca en mi pecho Marisela, con su lengua de animales muertos.

Descorre todo lo opuesto Cecilia, toda raíz atrevida que se oponga a lo que siento ahora, debes arrancarla, devorar la flor que se interpone en nuestro plan eterno. Quemar a los niños en su lecho, degollar a las crias humanas que moran entre mi carne.

Quítame toda fé en los que se hacen llamar humanos.

Cecilia, vibrando, con las manos atrapa una mosca, que besaba el cuello de Cecilia.

La mosca reflexiona, con el cuerpo torcido, los ojos rebentados en una gotita roja, las patas mezcladas. La mosca desea estar viva, pero sabe que viva está, más que nunca ahora. La mosca una vez que encuentra la perla entre su cabeza aplastada, se enciende. Sucumbe en una despreciable llama verde.

Marisela ya no está con nosotros. Marisela se desarma, y en la siniestra forma de una bocanada de humo, entra por la vagina de Cecilia. Cecilia baila con los hijos que nunca tendrá, les toma las manos y giran sobre el mar. El mar se estaciona en los ojos de uno de ellos, para siempre. Cecilia lo nota satisfecha y le dice que lo ama y que jamas estará con él, que su padre fué un bandido, un perseguido por Dios que merece lo que tuvo, por rebelde, por escortoso. Marisela siente las palabras de Cecilia que trepan por su frente como cabras por las rocas, la palabra escortoso se detiene, come de la dura hierba y su lengua sangra, luego todos oímos la voz, las risotadas de mil amantes que piensan en la octava vez que Marisela revienta en tiempo y sangre durante la noche, que como una canasto de frutas las lleva a la boca alzada de una niña columpiándose, con las nubes atravesándole los ojos

Nada puede quemarlas, nada puede cortar su piel, nada puede envenenarlas. Ellas están muertas, pero son la lumbre que se aparta de su origen, de su corrupto origen, para humedecer el cabello sucio del viajero, para hacer burbujeante la espuma del mar, para que las notas musicales que ejecutan las aves en su vuelo no puedan ser percibidas por la vida.

Cecilia para por unos minutos. Marisela brilla como el vidrio molido sobre la hierba, desnuda, una espada que se retuerce impaciente y espera las manos frías del asesino. Los brazos, las caderas, los pies endurecidos e impredecibles amenazan a Cecilia que ahora es un pez, húmeda y venenosa, con el cabello agolpado contra su espalda, una cascada de piedra de la que desearía lanzarse cualquier mujer, cualquier niña de labios azules, que en la busqueda de una madre encuentra a la hermana-amadora, la que ama con la tibieza de un dedo que se sumerge en los lagos del corazon frío, que nunca ha conocido el amor en su estado mas puro.

Una sustancia hierve bajo la tierra, bajo la tierra en que se adoran, en un punto ciego para Dios, Cecilia y Marisela.

Las cosas son ejecutadas con la perfeccion de las mariposas. Segundos son atrapados por el flaco torbellino que abre paso entre sus sexos besándose y el mundo fisico es engullido en finísimos chorros y sonidos en cada cerrar de ojos coincidente.

El vientre de Marisela se llena de la sustancia subterránea que arde e ingresa por su ano y vagina, la boca de Cecilia es atrapada por la de Marisela en una cópula dolorosa. La luna se vé tan lejana, los aŕboles, mudos, ya no corre el viento y los animales noctámbulos duermen. Nada parece moverse en el parque a las cuatro de la mañana.

Dentro de siete meses, un par de jovencitas serán madres de un varón, moreno como esa noche, que creceŕa firme y veloz.

Dentro de cuatro años, el niño será un hombre, un hombre que pronto será padre.

Dentro de seis años, será el padre de un niño.

La madre morirá en el parto.

Los ojos que desata Marisela y desparrama sobre las manos de Cecilia le dicen todo lo necesario: El azar de los sonidos pronunciados por la boca definirán los días y las horas.

Un número no cuadra en los cálculos de Marisela, Cecilia nota su procupación. No dice nada.



Elalternador22 de julio de 2010

5 Comentarios

  • Bonnelly

    Si esta historia tiene un inicio pues no lo lei, solo leo esta parte y me siento asi como fuera de la realidad y me siento aún más mortal...

    22/07/10 06:07

  • Elalternador

    No es una historia, es mas bien una parte, un momento dentro de la historia de todos.

    Gracias por comentar bonelly

    22/07/10 09:07

  • Mejorana

    Cuanto temblor en tus escritos Alternador, cuanta magia y sensibilidad....
    Y luego la muerte que ronda, siempre la muerte.
    La muerte y la vida se confunden. No pueden vivir la una sin la otra.
    Me ha entrado la curiosidad por saber quién se murió en el parto. Y no me refiero al texto. Sino a la vida real. Por qué es un tema tan recurrente en ti.
    Abrazos a tu suerte.
    Me alegro mucho de que estés aquí de nuevo.

    22/07/10 09:07

  • Elalternador

    Seguramente ha muerto una madre en mi,
    en pleno parto de flores.
    Pero una nueva corriente atraviesa contraria el caudal de mis ríos.

    No me extraña que aún sigas entre este bosque Mejorana, esperaba que fueras lo único reconocible a mi vuelta.

    Saludos

    23/07/10 12:07

  • Mejorana

    Ni estoy ni no estoy Alternador, pero sí estoy. Aunque no permanentemente. Es curioso que todos los que estábamos, estamos. No nos hemos ido del todo. Y eso es estupendo porque resulta que nos queremos.
    Me gustaría formar parte de esa corriente nueva que atraviesa tus ríos. Y el caso es que opino que todos los que nos hemos leído formamos parte los unos de los otros.
    Mucho mejor. Así no estamos solos.
    Te recuerdo entrañablemente y me está entrando una ñoña, que casi no la puedo soportar.
    Ya hablaremos.

    24/07/10 04:07

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