Me rindo ante ti, como humilde sierva de tus besos que lanzas sobre mi cuerpo y que acato sin protestar, porque esclava soy de los amaneceres en tu regazo, de tus brazos atados a mi cintura, de tu aliento en la comisura de mi boca, y no pretendo, ni tan siquiera lo pienso, enfrentarme al dueño de mi corazón, que me tiene presa entre sus brazos y de los que no logro liberarme porque no quisiera yo enfurecer, a quien me sostiene contra su pecho y me reta a que la furia se desate y me enfrente a la realidad que no es otra que admitir que no encuentro mejor esclavitud que servir a los instintos del amor, y que no hay mejor forma de vivir que encadenada a este sentimiento que me tiene cautiva en este mismo lugar donde tú y yo nos retamos al asalto de querernos.