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Cuando El Mar es una Habitación Más

6 de la tarde de un día cualquiera, cielo nublado, viento frío, el ir y venir de las olas, algunos ladridos aislados de los perros que vigilan el campamento de los pescadores al costado de mi casa, tal vez una gaviota esta regresando a su hogar, acabo de escuchar uno de sus gritos, como diciendo al resto de la familia “Espérenme, no me dejen sola, no me dejen atrás”; que ironía, una gaviota puede decir eso, pero yo no.

Estoy en la terraza de mi casa, una que se cae a pedazos, el tiempo cobra factura y tiene a la brisa del mar y a la sal como principales cobradores; pareciera que el viento tiene compasión de mi y no quiere soplar más fuerte para que las esteras de mi terraza no se vuelen, ¡se aferran con tanta fuerza a la madera podrida que las sostiene y a los clavos y alambres oxidados que las sujetan! Y yo, sentado en el pequeño muro de enfrente, mirando el mar, hoy está gris, no sé porqué, acostumbraba a estar de un azul oscuro justo en la parte que da a mi casa; es invierno, a estas horas ya casi no hay sol, más allá , a la derecha solía estar el atardecer, hoy no, es gris el cielo y no parece que tenga la mínima insinuación para cambiar y promover el movimiento de mi cuerpo hasta un lugar del cual me sea posible ver el sol, la muerte del día como lo conocemos, el principio de la noche, que conozco más.

Estoy solo en una casa que tiene nueve habitaciones, una sala, un comedor, una cocina, una biblioteca, dos baños, un garaje que además posee un cuartito más, una estancia que no sé para que es y una terraza donde yo me encuentro. Un pasadizo largo conecta todo esto, el piso descascarado, con huecos por todas partes, el fiel reflejo de la arena de la playa un día de verano con mucha gente. La pintura pareciera que se va de vacaciones indefinidas cada día porque cada mañana falta un poco en algún lugar de la casa, desconsiderada, lo único que deja son notas en el piso que tengo que limpiar cada 24 horas.

Las luces de la calle que pasa por todas las casas de la playa empieza a iluminarse, una sola calle, de conchuelas, pocas casas algunas adelante, otras atrás, la mía es la última de las de atrás a la izquierda, más lejos solo esta el campamento de los pescadores, lo ha remodelado, ahora está cercado por paredes de madera pintadas de blanco, ¿por qué su pintura no toma vacaciones? Esperen unos años y el tedio de la soledad va a hacer que hagan sus maletas y se larguen con el viento, por lo menos ellos no tienen que limpiar, todas las notas de despedidas, o caen en la arena o se las lleva el viento, que suerte, la de ellos, en cambio a mi, me llegan de vez en cuando unas notas que no son dirigidas a esta casa y sin embargo las tengo que limpiar también.

Tal vez salga a caminar más tarde por la orilla, combatiré el frío con el saber que allá en el mar hay peces y que por lo tanto no estoy solo, ¡que pensamiento tan tonto! Pero me hace sentir bien, así que lo dejaré que vague un poco más por mi cabeza hasta que se dé cuenta de su absurda existencia.

Ésta playa se ha convertido en una forma de escapar de mi vida y regresar a esa que añoro, mi infancia; aún cuando estoy a miles de kilómetros de ese, mi eterno hogar.
Amab08 de abril de 2008

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