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Milvea

Los militares la colocaron frente al precipicio, mientras la apuntaban con sus armas de súper potencia capaces de atravesar el acero. Y todo porque a ella se le ocurrió cuestionar a sus superiores con una pregunta: “¿Por qué?”
Milvea solo contaba con dos opciones: o saltar del precipicio o dejar que los soldados la fusilaran. Sabía que era extrañamente fuerte, pero no tenía idea de hasta qué punto llegaba su resistencia.
El cielo se nubló. Cayeron unos rayos. Milvea, aunque no creía en Dios, sintió que era una extraña señal que le indicaba que debía seguir viviendo. No era una humana normal. Viviría. Y los militares no eran nadie para decidir sobre su vida.
El General del pelotón de fusilamiento la señaló y, luego, señaló a los soldados. Éstos activaron sus armas. En tres segundos dispararían. El General levantó la mano al cielo y, ante ese acto, fue alcanzado por un rayo. Se convirtió en un pararrayo. Milvea aprovechó y, sin pensarlo dos veces, dio el salto y cayó al precipicio.
Abajo se encontraba un río caudaloso. Milvea cayó en el río. Deseaba haber perdido el conocimiento, pero se encontraba más despierta que nunca, luchando contra la fuerte corriente del agua y vislumbrando más rayos y nubes grises.
Sobrevivió, sin fracturarse hueso alguno. Desembocó a kilómetros de la base científico- militar, donde aún se encontraban más como ella. Le habían dicho “estúpida humanoide” luego de haber cuestionado a sus superiores. Le golpearon en la cara. Quisieron indicarle cuál era su lugar. Pero siguió con su misma pregunta. Y casi perdió la vida por ello.
Se levantó y empezó a caminar en un bosque oscuro. Le extrañaba que los militares no la siguieran. Supuso que la dieron por muerta. Se sentía más libre que nunca.
Sintió hambre. Tenía que buscar comida pronto. En su encierro le daban de comer productos químicos que simulaban el sabor de la carne vacuna, pero en realidad eran barritas con proteínas, vitaminas, minerales y hierro. Con una sola ya era suficiente y podía resistir un día entero. Sin embargo, hacia más de veinticuatro horas que dejó de ingerir la barrita. Debía alimentarse con otra cosa.
Durante el trayecto, se encontró con un oso pardo. No era uno común, sino uno genéticamente modificado para ser tres veces más alto y más fuerte de lo normal. El oso la comería si ella no lo derrotaba a tiempo.
Milvea no tenía fuerzas para pelear contra una bestia salvaje. Solo podía correr y resguardarse encima de las ramas de un árbol alto. Pero tampoco podía arriesgarse a que un rayo le cayese encima. Otra opción era correr, agotarle al oso y perderlo en el camino.
Antes de tomar una decisión, vio que una bala le perforó al oso en el pecho. El animal cayó de bruces al suelo y murió. Milvea observó a su salvador. Era un cazador, que rondaba por la zona en busca de comida para su familia.
- ¿Estás bien?- le preguntó el cazador a Milvea.
Ella no respondió. Aún seguía ahí, mirando fijamente a la bestia.
- No es bueno que una chica se pasee por el bosque sola- le sermoneó el cazador- voy a llevarte en el pueblo.
El cazador se acercó, pero Milvea retrocedió. Los humanos le daban miedo. Le habían maltratado durante toda la vida y adoraban torturar a otros “por el bien de la ciencia”.
- Tranquila. No te haré daño- insistió el cazador, bajando el arma- solo quiero ayudarte.
Milvea empezó a correr. Esperó que el cazador le disparara, pero no lo hizo. Aún así, seguía desconfiando de los humanos.
Dejó de escuchar los truenos. Se estaba haciendo de noche. Milvea se cansó de correr, por lo que se sentó encima de las raíces salidas de un gran árbol para descansar. Tenía mucha hambre, no sabía qué comer. De pronto, se percató de que, de un agujero del árbol, salían unas hormigas rojas. Le habían dicho que las hormigas poseían proteínas. Por lo que tomó a una, se la metió en la boca y la tragó. Al final, se llevó diez hormigas a la boca y sintió que recuperaba parte de sus fuerzas para seguir adelante.
Minutos después, llegó al claro de un bosque. Ahí, por primera vez, vio las estrellas. Siempre las veía desde la pequeña ventana de su celda, pero era la primera vez que las veía en el exterior, al aire libre. Nunca había imaginado que existiesen tantas estrellas en el cielo.
Para resguardarse de las bestias, subió a un árbol. Las ramas del árbol estaban naturalmente colocadas de manera a que pudiese acostarse en las mismas sin temor a caerse. Se quedó ahí, mirando el cielo y contando las estrellas. Al final, se cansó del conteo y durmió profundamente. Era el comienzo de su nueva vida.
Meysahras02 de febrero de 2013

1 Comentarios

  • Leox

    Presiento que en esta historia , queda el reflejo de la maldad de los humanos...me imagino a esta humanoide luchando contra el ambiente para buscar su libertad, pero también luchando contra su mente para alcanzar la libertad de su ser... difícil faena para quien esta por conocer la sociedad y los humanos con sus morales individualizadas y su justicia dependiente de la mano de quien señale.

    Un saludo cordial
    att.Leonardo belloc Aguilar
    pdt. tu relato y lo aseguro puede tener una continuación.

    02/02/13 10:02

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