Frenemos enero.
Y es que aun voy escalando esa cuesta, nunca llego tarde y si llego, me da miedo como parecerte.
No te puedo convencer de nada, no soy nueva, ni recién nacida, no voy vestida de rojo, sigo siendo la misma, la que entrelaza desde el meñique al pulgar. No quiero ser la rara, y no te hagas en tu cabeza el boceto perfecto. Que solo quiero que me ganes, que te gusten mis antojos y que ames mis desperfectos como si fuesen vistas desde el Rockefeller.
Paciente.
No soy la perfecta. Pero me encanta conversar horas, y crecer en instantes, en lugares nuevos a 5 minutos de casa, que "la vita è un viaggio". Solo quiero atontarte o que me atontes con tus largas pestañas. O que hablemos hasta que amanezca en el puerto sin mar. En el agua sin marea, o en corrientes pasajeras.
No puedo fingirte nada. El orgullo decidí dejarlo hace mucho, y el rencor, el rencor aun tiene huellas de barro con excusas que no tienen nada. Banales. Yo. Te hablo ahora, emocionada tal vez por la inexistente cura.
No. No tuve ni puta idea. Pensaba que era inmortal, y dentro de mí murieron tantas cosas que intenté sustituir como si relevara la indiferencia.
Estamos locos, nos conformamos con tan poco.
Detalles. Ausencia. Las calles son más oscuras, y cuando se iluminan no hay porqués. Hicimos que el frío se convirtiera en la única estación del año, alejándome, alejándote sin abrigarnos mutuamente. Qué tontos, aun no se si conservarás tu abrigo nuevo, pero yo, casi te rozo. Porque a veces te toco, y hago las cometas en tu espalda soplando para que vuelvas a mi cuerpo.
Y no parpadeo. Pierdo la cabeza.
Y pestañeo, y veo la verdad.
Y vuelvo a caminar otra vez. Erguida. Despierta.
Aunque me sabe a poco.
Pero casi te toco.
